domingo, 25 de diciembre de 2022

Historia de una fuga narrativa

Antes de DIC7 Castillo enfrentaba un racimo de casos sobre corrupción distribuidos entre el Congreso y la fiscalía. Los dos últimos declarantes de esta historia, dos de casi una decena, el señor Marrufo y la señora Goray, estaban para entonces reconociendo sobornos pagados para Castillo, entre varias otras cosas. Los argumentos que reducían la importancia de estos testimonios a “solo dichos” empezaban a ceder: casi una decena de personas contando historias semejantes son una razón indiscutible para justificar un juicio. Aun así la oposición en el Congreso no tenía, nadie ha podido probar otra cosa, votos suficientes para destituirlo. El puesto de Castillo, la presidencia, no iba a ser declarado vacante en DIC7. Y, sin embargo, Castillo no quiso esperar el resultado de la votación en el pleno. Quiso anunciar que disolvería el Congreso antes que el Pleno desestime el tercer caso por vacancia presentado contra él. Mejor anticiparse que perder la oportunidad de proclamarse perseguido político, ¿verdad?

Después de DIC7 hemos insistido colectivamente en que Castillo debe ser condenado por el golpe de Estado que intentó ese día. La Corte Suprema ha confirmado ya que los hechos califican como un delito y que el proceso que ahora se sigue en su contra por ese hecho se justifica. Pero quizá deberíamos contar la historia de otra manera: Castillo quiso escapar de los casos por corrupción, sobre los que no había logrado tener control alguno, e intentó un golpe como parte de su plan de fuga. Insisto: el golpe es indiscutible y constituye un delito por sí mismo aunque no haya tenido éxito. Pero quizá la meta personal del autor, la subjetiva, la que da sentido a la historia, no haya sido sostenerse como dictador hasta el 2026. Quizá lo que Castillo quería era llegar a la embajada de México y asilarse en medio del golpe; adquirir artificialmente el perfil de un presidente de izquierda que intentó cerrar un Congreso dominado por la derecha.

López Obrador ha confirmado que Castillo había pedido asilo en México. No sabemos exactamente cuándo, pero cerró ese acuerdo. Y ahora sabemos que ese era el único acuerdo que tenía arreglado en DIC7. Dio el golpe sin tener un acuerdo con las fuerzas de seguridad para convertirse en dictador. Si reconstruimos las cosas desde esta evidencia, es simple notar que Castillo no fugó por que el golpe hubiera fracasado. Más bien usó el golpe como parte del escape. El golpe ocupa en esta historia el mismo papel que tienen los anaqueles que arroja al piso quien escapa por un estrecho corredor de los captores que le siguen.

Esta historia ha sido siempre una historia sobre corrupción. Sin embargo, casi 20 días después de DIC7, Castillo sigue en prisión solo por el golpe, no por los cargos por corrupción que provocaron tanto el golpe como su intento de fuga. Esta es la trampa en que hemos caído; la trampa que abre el espacio por el que se articula la artificial narrativa del perseguido que están reproduciendo seis países en la región. Si queremos contestarla, tenemos que equilibrar los soportes institucionales de esta historia: Debemos representar sin demora los cargos por corrupción que estamos dejando de lado en mandatos de detención independientes.

Las fugas por cierto no son solo físicas. También existen las fugas narrativas. Castillo ha escapado del caso sobre corrupción y se ha instalado a sí mismo en un espacio artificial ensamblado a la medida de la protección diplomática que anhela obtener. No parecería difícil reinstalarlo en el lugar que le corresponde, a no ser que acabe por cegarnos esa fascinación que parece estarnos concediendo presentarlo como golpista y olvidar que tenemos delante un Estado impregnado por corrupción.