lunes, 16 de julio de 2007

La primera derrota



La primera derrota
César Azabache Caracciolo

Creo imposible negar lo que representa para la defensa de Fujimori haber ganado un primer rechazo de la extradición. Después del fallo del Juez Álvarez es preciso reconocer que estos casos movilizan, querámoslo o no, un nivel de consenso distinto al que movilizan los casos de Montesinos. Y es que si bien todos estamos de acuerdo en que deben responder por un delito aquellos que intervienen directa y físicamente en él, o aquellos que lo ordenan de manera clara e indiscutible, el fallo revela que no todos estamos de acuerdo en muchas otras cosas. No estamos de acuerdo en que también respondan los que, dado su puesto o cargo, debieron velar porque las cosas ocurran de manera distinta; aquellos que entregaron a los autores el poder que emplearon para actuar, o quienes no reaccionaron a tiempo para dejar en claro su distancia con el evento. En concreto, el fallo del Juez Álvarez revela que no todos estamos de acuerdo, como podríamos haber esperado, en que un Jefe de Estado responda como autor por los delitos más escandalosos que se pueda haber cometido durante su mandato. No todos estamos de acuerdo en que determinadas posiciones de mando como la del Jefe de Estado o la de un Jefe Militar, supongan deberes especiales que hagan responsables a sus titulares por lo hecho por sus subordinados. El fallo declara que el ser mandatario no justifica que se atribuya a Fujimori responsabilidad criminal por actos de esta clase. Y, dejando al margen otros asuntos como el uso de las reglas de prescripción en estos casos, este es el tema central de la discusión y será el tema central de la apelación ante la Suprema chilena.

El problema es entonces si existen o no criterios especiales para casos como el de Fujimori, o si los únicos criterios aplicables son los que corresponden a cualquier otro delito provocado por una persona común y corriente. Si, como lo hace el Juez Álvarez, negamos la posibilidad de emplear criterios especiales para el caso de los ex mandatarios, entonces la conclusión es evidente: Jamás habrá forma de llevar a juicio a Fujimori. Si la prueba que buscamos es la prueba de un caso común (como el que ocurre cuando Juan mata a María) y no hay nada más que buscar, entonces la defensa de Fujimori ganará el caso. Usando las reglas que corresponden a cualquier crimen común no se puede llevar a juicio a un ex mandatario como Fujimori por muchos de los hechos por los que se le persigue, los crímenes contra los derechos humanos por ejemplo. En cambio, si el Estado, en la apelación, logra que la Corte Suprema chilena admita que las reglas de responsabilidad que se debe aplicar a un ex mandatario son otras distintas a las que corresponden a los autores comunes de cada crimen, entonces la Sentencia del Juez Álvares será revocada y habrá un juicio en el Perú.

El problema entonces no se resuelve sólo discutiendo si hay pruebas o no hay pruebas contra el ex mandatario. Antes de ello hay que establecer cuáles son los parámetros que vanos a emplear, o lo que es lo mismo; qué intentamos probar y qué pruebas son las que buscamos.


            La defensa de Fujimori ha insistido en que las reglas sobre responsabilidad penal deben ser las mismas para cualquier persona. De primera mirada parecerían tener razón. Pero olvidan decir que las reglas sobre responsabilidad penal son las mismas para cualquiera siempre que desempeñe el mismo rol. Las reglas no son las mismas, es un ejemplo, si frente al caso de un ahogado comparamos al salvavidas que custodia una piscina con un simple transeúnte que contempla el lugar. No son las mismas si comparamos a quien custodia enfermos mentales con el visitante de un nosocomio. Ni son las mismas para el médico tratante y para un enfermero. Y tampoco pueden ser las mismas, en mi opinión, para un Jefe de Estado o para un Jefe Militar y para cualquier político u oficial de fuerzas de seguridad. Las reglas de responsabilidad dependen del rol que cada quien ejerce. Y el del Jefe de Estado no es, por cierto, un rol que pueda pasar desapercibido.