sábado, 7 de febrero de 2009

El mensaje al tercero ausente



El mensaje oculto al tercero ausente
César Azabache Caracciolo

Según un artículo de César Martínez (peru 21.pe; 27/nov/08), en el Perú de hoy se roba por lo menos 7 vehículos por día, es decir 1 cada tres horas, y la policía sólo logra recuperar el 1.8% del total robado. El 98.2% de vehículos robados se comercializa, al parecer principalmente en la selva peruana y en Bolivia, y sólo marginalmente en el mercado clandestino de autopartes. El negocio detrás de estos robos está tan organizado que además de sostenerse por casi quince años ha provocado pérdidas a las aseguradoras por más de 60 millones de dólares contando sólo desde el 2006 (Ibid). Con un perfil de este tipo, es muy poco probable encontrar en este sector acciones torpes, como tratar de robar un vehículo asignado a funciones oficiales, que además estaba resguardado por dos efectivos de seguridad. Las descripciones de casos denunciados muestran además un patrón consistente: Generalmente se ataca vehículos que transportan a una sola persona, el conductor, y sólo se dispara cuando alguien ofrece resistencia o resulta estar armado.  Jamás se aborda a tiros el auto que se pretende robar y vender entero. Pues bien, ninguno de estos elementos parece estar presente en el indignante atentado que ha sufrido la Fiscal de la Nación. Por eso causa, digamos, sorpresa, que se insista en que se trató de un evento común.

¿Cuánto tiempo esperaron los atacantes que la Fiscal de la Nación saliera del establecimiento en que estaba siendo atendida? ¿A cuantos metros del auto estaba el sujeto que disparó? ¿1.5? ¿2? ¿3 acaso? ¿Y no se percató que el auto estaba resguardado? ¿Por qué disparó contra el auto, de abajo hacia arriba y hacia la puerta trasera izquierda del vehículo? ¿El atacante no sabía acaso que el resguardado viaja siempre atrás, en el asiendo derecho del auto, que es el contrario al del piloto? ¿Qué quería entonces?

En 1998 el alcalde de Breña, Salazar Berauín murió al ser alcanzado por el disparo de un francotirador de la policía que estaba apostado en un jardín a un costado de la Av. Benavides (Caretas 1506). La bala, dirigida a la izquierda del asiento trasero del auto, alcanzó al alcalde que, en lugar de permanecer a la derecha como se estila, se había movido hacia el centro. El autor del atentado, identificado por el hallazgo de la bala, fue llevado ante la justicia policial, pero no existen registros públicos sobre el destino del caso iniciado en su contra. Los motivos del crimen, presentado oficialmente como resultado de un accidente (¿?), quedaron siempre en la bruma, aunque aparentemente se atacó el vehículo equivocado y se impactó en el cuerpo de la víctima en lugar de impactar sólo en el auto. Dado este antecedente es muy probable que quien sea que haya ordenado el ataque contra la Dra. Echaiz haya tenido el cuidado (ojalá no) de conseguir armas y municiones en el mercado negro, y contratar, quizá, delincuentes comunes para desviar las investigaciones. En estas condiciones, dar con el verdadero autor del hecho se vuelve tan difícil como encontrar a quien lanzó una piedra en medio de una multitud.

Y aquí se llega a la paradoja que encierra este tipo de amenazas. Uno esperaría, intuitivamente, que quien profiere una amenaza, verbal o actuada, firme de alguna manera su mensaje, se identifique al menos sutilmente para que el destinatario perciba quien lo ataca. La amenaza anónima (que se esfuerza en ser anónima) es por eso desconcertante. El autor quiere, sin duda, provocar miedo…. Pero no se identifica. El ataque sería entonces inútil. Salvo que, en el extremo de la perversión, el verdadero amenazado no sea la víctima del ataque, sino alguien, no presente en la escena, a quien se ha advertido antes que el autor es capaz hasta de hacer una cosa así. Ese tercero, que sabe quien ordena el ataque, lo contempla en silencio, como una pura y simple señal de poder, y contempla luego el modo en que se cierra el círculo de impunidad sobre el hecho, confirmando el poder del autor.

Y es que los crímenes nunca son inútiles. Si nos parecen inútiles, es sólo porque hemos equivocado las referencias para interpretarlos.