domingo, 19 de septiembre de 2021

La falsa Antígona


En el mito griego Antígona reclama a Creonte, rey de Tebas, el derecho a enterrar a su propio hermano, Polinice, muerto en una disputa por el trono de la ciudad. Para los griegos enterrar a los muertos era sagrado. Pero para Creonte Polinice murió como un traidor y por tanto no merecía sepultura. En resumen, Antígona se convierte en heroína en su insistencia por honrar los restos de su hermano a pesar de la ley de Creonte.

Eduardo Adrianzén propuso en estos días usar el mito de Antígona como referencia para asignarle sentido al caso sobre la disposición y destino final de los restos de Guzmán Reinoso. Para Adrianzén, hay que decirlo, el caso de Guzmán Reinoso contiene una versión “chicha” de la tragedia; un “esperpento gore”, dijo, ensamblado “sin héroes, ni épica, ni nobleza alguna”.

Adrianzén usa el mito para establecer una clara distancia entre su contenido, profundamente ético, y el reclamo de los restos de Guzmán Reinoso, que entonces encuentra anético. La idea es simple: Elena Iparraguirre es una falsa Antígona; es una impostora. En la narrativa que parece estar preparando su entorno probablemente será representada como mujer-esposa-en prisión cuyo derecho a enterrar a su pareja está siendo conculcado por un Estado que podría ser presentado como si fuera el Creonte de la historia; tiránico, narcisista, inconsecuente. Esta construcción falla porque pasa por alto la evidencia.

Iparraguirre reclama para sí misma una posición que ha adquirido en papeles, pero que ha sido superpuesta a otra, que la rebasa porque está anclada en su historia personal; es más antigua y por ello debe ser reconocida como predominante. Es esta segunda posición la que revela el sentido de su historia: Iparraguirre es la heredera de la jefatura del senderismo; la segunda al mando que se encumbra como lideresa a consecuencia de la muerte de Guzmán.

Para una organización terrorista que se antepone a sí misma por sobre la vida e historia personal de sus militantes, las exequias de Guzmán no son un ritual de duelo, recuerdo o construcción de memorias personales. Son principalmente un ritual colectivo que representa la sucesión en el mando senderista; la continuidad de la ideología; la preservación del llamado “pensamiento Gonzalo”.

Para encuadrar esta historia en las coordenadas correctas parece útil recordar que el matrimonio de los dos principales líderes del senderismo fue registrado en el año 2010, uno después de la aparición pública del Movadef; casi 4 antes de que la policía encuentre en la celda de Guzmán los documentos que explican su fundación; 6 antes de que se hiciera pública la construcción del mausoleo de Comas, pero 18 después de que Iparraguirre y Guzmán fueron recluidos en prisión.

Importante recordar el mausoleo, que aparentemente tenía un espacio reservado para los restos de Guzmán; un espacio central, rodeado por “los mejores hijos” del senderismo, los que, en su narrativa, “se inmolaron” en las llamadas “luminosas trincheras de combate” abatidas en 1986, luego del levantamiento de los penales de Lima.

¿Puede Iparraguirre negar ante un juez de manera convincente que su pedido está íntimamente vinculado a la preservación y culto de la memoria del fundador del senderismo? No lo creo. ¿Puede el judicial autorizar que en estas condiciones Iparraguirre reciba los restos de quien dio origen a una de las historias de terror más horrendas del siglo XX? Tampoco lo creo.

Pero no soy yo quien debe decidirlo. Por eso nos hacía falta una ley, que ahora tenemos. Por eso necesitamos que el judicial tenga la última palabra y sea quien decida, en definitiva, si Iparraguirre debe ser tratada como esposa-en-prisión, o como lo que ahora es, la nueva jefa del senderismo.