Fujimori frente a la justicia
César Azabache Caracciolo
Fujimori está inhabilitado y detenido. Más allá de preferencias personales,
el sistema legal tiene ahora vallas insuperables que impiden admitirle dentro
de la lista de los elegibles. Creo que los partidarios de Fujimori lo han
sabido todo este tiempo. Y creo también que, con el derecho que les asiste, han
organizando su campaña desde el principio, no para postular a Fujimori como presidente,
sino para apoyar en su imagen una plancha parlamentaria que pueda disputar una
cuota de poder para el quinquenio siguiente ¿Tenían derecho a hacerlo? Sin duda
¿Serán capaces de reunir a su favor una cuota importante de electores? No lo
creo, aunque es temprano para darlo por sentado ¿Habría podido Fujimori obtener
mejores resultados si no hubiera sido detenido? Tal vez. Pero el viaje fue un
fracaso y puso a descubierto, incluso para sus adversarios, la verdadera
dimensión de sus debilidades. Fujimori en Japón había edificado un mito. Sus
mensajes sin réplica, la distancia y la invulnerabilidad del exilio alimentaban
el mito. Algunos de sus partidarios, aquellos que creyeron en él por razones
políticas, fueron atacados muchas veces sin necesidad ni justicia. También esos
innecesarios excesos alimentaron el mito. Quizá Chile haya sido un experimento
arriesgado para elevar su fuerza en el país y ampliar su representación en el
Congreso. Pero falló. Como al final del cuento del mago de Oz, al caer Fujimori
perdió los artilugios que respaldaban su imagen. El mito murió el mismo día en
que Fujimori apareció cabizbajo y desconcertado en el auto oficial que lo
conducía a su actual centro de reclusión en Santiago. Nada es más demoledor
para un mito que la confrontación con lo real. Fujimori demostró ser incapaz,
sólo, hasta de planificar un operativo político de mediano alcance. Enorme
distancia la que media entre el estadista de talla continental que imaginaban
sus seguidores y él. Pero enorme también la distancia que media entre él y el
enorme monstruo que imaginaron quienes lo convirtieron, no en acusado o
extraditable (eso habría sido suficiente), sino en objetivo de una política de
Estado.
Los partidarios de
Fujimori (los que creen en él por razones políticas) pueden o no ganar escaños en
el Parlamento. Como sociedad, además, a algunos de ellos les debemos una
disculpa. La extradición puede terminar en un éxito rotundo, en un fracaso bochornoso
o en un final a medias. Las personas que ahora están en prisión pueden salir en
libertad por cumplimiento de sus condenas, por excesos en el tiempo de
detención o por cualquier otra razón legal. Pero en cualquier caso, la historia
nuestra de la transición, con ventajas y desventajas, con aprendizajes y
olvidos, con logros y frustraciones, ha terminado. El Perú no puede ser más, a
partir del inicio de este nuevo proceso electoral, un país que se divida entre
“fujimontesinismo” y “antifujimontesinismo” (por demás, las palabras más feas
que usamos en el castellano que se habla en el Perú). La justicia en el Perú no
puede ser más la justicia de los “antis” y de las campañas mediáticas de
reivindicación política. La transición es un eje de tiempo que sólo tiene
sentido para explicar y justificar el modo en que intentamos estabilizar los
desórdenes del pasado reciente. El Perú de los noventa, el país de la política
y la justicia de tiempos de Fujimori, ha quedado atrás. Después de la caída de
Fujimori, no podemos ya hipotecar la interpretación de nuestro futuro al precio
de las heridas de un pasado reciente que, cada vez más, debe quedar en el olvido.