domingo, 31 de octubre de 2021

Cambio de ritmo


Jamás he creído en el pensamiento binario, ese que pretende que el mundo puede ser arbitrariamente dividido en dos partes, enemigos y aliados; buenos y malos. Lo digo porque estamos saliendo, o deberíamos estar saliendo, de un ciclo establecido en la segunda vuelta de las elecciones generales que ha reducido la mirada de muchas personas a esquemas de este tipo. Las consecuencias de su predominio se hicieron visibles hace solo unos días en toda su inaceptable violencia en los bochornosos incidentes de la librería Book Vivant de San Isidro y en la presentación de Sagasti y Roncagliolo en Barranco. Pero venían anunciadas desde la proclamación de falsas cruzadas apocalípticas como la del fraude en mesa o la nulidad de las elecciones.

El pensamiento binario es el origen de la ceguera y el negacionismo. No permite adoptar posiciones prácticas constructivas, que son las que ahora nos hacen falta.

Al cierre de este ciclo Cerrón y Bellido han quedado parcialmente desplazados de la escena. No pudieron soportar la presión que resultó de su incapacidad: ninguno de ellos sabe cómo definir políticas públicas propiamente dichas. No sé si entendiendo esto en su exacta dimensión, pero PL parece haberse replegado a las elecciones de 2022. Esto abre una serie de cuestiones por resolver, sin duda. Pero forma parte de un proceso totalmente distinto al que comenzó en julio de este año.

Mientras tanto las nuevas interferencias en la escena pública provienen de un Castillo que parece no haber aprendido a lidiar con los matices narrativos que supone ejercer la presidencia. Nadie pretende que una persona se transforme en alguien distinto cuando resulta elegido. Pero saltar de una candidatura al ejercicio de una magistratura como esta supone desprenderse de esa “definición basada en las diferencias” que se ensaya en las elecciones para asumir, desde su propia perspectiva por cierto, nuevas definiciones basadas en políticas por sectores que sean capaces de formar nuevas mayorías, mayorías que pueden construirse desde los electores originales de quien ganó, pero que no pueden limitarse a esos colectivos.

Sin embargo, Castillo parece no estar dispuesto a abandonar el papel que asumió como candidato. Se mantiene en la plaza y se refugia en el lenguaje radicalizado de las elecciones. El incidente que provocó por el uso de las voces “estatización” y “nacionalización”, ninguna cargada de más contenidos que los puramente simbólicos, lo acaba de poner en evidencia. Ese aferrarse a la narrativa de la campaña explica que haya impuesto dos ministros, Barranzuela y Gallardo, que parecen tener por única consigna clientelizar los procesos de erradicación de sembríos informales de hoja de coca y el gobierno del magisterio; dos áreas en las que se mueve un sector importante de sus electores originales. Nada más lejano a lo que se supone que debe hacerse desde el gobierno.

La cuestión pública aparece sin embargo ya en la agenda de la nueva mayoría del gabinete. Cevallos exhibe avances innegables en el calendario de vacunación. Francke logró dejar a salvo al BCR y ahora ha lanzado los fundamentos de una reforma tributaria anclada en recomendaciones de la OCDE y el FMI. Maúrtua parece haberse concentrado en contener excesos, como la conversión de Rojas en embajador y Vásquez, aún no investida por el Congreso, intenta consolidar desde estas bases el perfil de un gabinete predominantemente profesional. Gas, agricultura, trabajo e impuestos; cuatro sectores en los que hay ya una agenda que discutir con base en evidencias.

Mucho por hacer aún, sin duda. Pero es un comienzo. Un comienzo que es imposible de abordar desde un eje tan reduccionista como el eje antifujimorismo/anticomunismo, por cierto.

Publicado en La República el 31 de octubre del 2021.