miércoles, 16 de diciembre de 2009

Las necesidades del tiempo presente



Las necesidades del tiempo presente
César Azabache Caracciolo

El tiempo ha dejado en evidencia que ni la Fiscalía ni la Procuraduría (y yo fui parte de ella) tenían un caso fuerte en contra del General. Y si un caso no convence a nadie, entonces lo razonable es enviarlo al archivo, más allá de nuestras preferencias subjetivas sobre lo justo o lo deseable. Nuestras opiniones personales sobre los personajes del último tramo del gobierno de Fujimori o nuestras impresiones sobre el significado de la lucha anticorrupción, para poner dos ejemplos, no son razones suficientes para sostener un caso, si en nueve años no hemos encontrado evidencias concluyentes para convencer a todos de la fuerza de la acusación. Usualmente decimos que una idea que no puede ser explicada en pocas palabras no ha sido concebida con claridad. Con la justicia ocurre lo mismo: Un caso que en un tiempo razonable no puede ser expresado en una evidencia convincente no es un caso bien fundado.

El tiempo. Han pasado nueve años desde el inicio de la transición, si entendemos por ella el proceso institucional que comenzó con el hallazgo de las cuentas de Montesinos y la fuga de Fujimori. Como proceso, la transición concluyó con la segunda elección de García Pérez. Y es que toda transición de este tipo termina cuando se cierra un ciclo de cambios básicos en las instituciones que fueron manipuladas o alteradas por el régimen que ha sido desmontado. El final de la transición marca el momento en que las cosas se estabilizan en alguna medida (no siempre óptima, por cierto). Probablemente todo o casi todo el sistema institucional haya entendido así las cosas, salvo un núcleo duro que ha seguido regulando su propio comportamiento con los estándares de la transición. Lamento decir que veo ese núcleo instalado dentro del sistema anticorrupción.

El sistema anticorrupción fue el estandarte de la transición y fue sin duda la primera muestra palpable de la posibilidad de hacer justicia en nuestro medio de manera independiente y desinteresada. Le siguió, claramente, la Sala Nacional, que rehízo los juicios contra los acusados por terrorismo después de la anulación de los procesos militares de los noventa. Pero la Sala Nacional se estabilizó a sí misma concluyendo oportunamente los juicios más importantes por terrorismo y tomando luego en sus manos los casos tributarios, los de criminalidad organizada y los de violaciones a los derechos humanos. A diferencia de ella, el sistema anticorrupción no pudo desarrollar la misma capacidad para “cerrar” su ciclo fundacional, y quedó enganchado en una agenda de casos pendientes que han retrasado su propia estabilización como sistema permanente.

La transición ha concluido, pero una parte de los casos judiciales que expresaban esa transición, no. Los juicios que quedan ya no expresan, en términos institucionales, lo mismo que expresaban a principios de la década. De alguna manera, los casos pendientes se muestran disociados del conjunto institucional. De ahí que sea explicable (aunque no siempre justo) que terminen de manera abrupta, como ha tenido que terminar el caso Chacón.

Pero además de este desajuste entre los tiempos internos del sistema anticorrupción y los tiempos del conjunto institucional, el caso Chacón ha puesto en evidencia algo más. Si comparamos la intensidad de esta crisis con la intensidad de los debates que siguieron a la Sentencia del Tribunal Constitucional en el caso Bedoya, por ejemplo, notamos un cambio. Cerrada la transición, el eje de la atención colectiva parece estarse instalando en casos cotidianos que se refieren a cuestiones como la muerte, la violencia, la cárcel y hasta la propia reputación de una persona. Estas otras cuestiones han probado que pueden ensanchar nuestra comprensión sobre lo justo a partir de nuestras propias preferencias subjetivas tanto como lo hicieron, en el pasado reciente, los casos sobre corrupción y derechos humanos. Por cierto, los grandes temas de la justicia atraviesan, pero no se agotan en las secuelas de los casos Fujimori – Montesinos, ni en los juicios pendientes sobre violaciones a los derechos humanos.

Cerrado el eje de la transición, tal vez sea el momento de encarar un sistema que pueda responder, con el ejemplo que se dio en los tiempos más difíciles de la transición, a las necesidades del tiempo presente.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Transfondo de un escándalo



Trasfondo de un escándalo
Por: César Azabache Caracciolo Abogado

Me cuento entre los muchos que deben haber sentido curiosidad por leer la compilación de [Elena] Yparraguirre. Confieso que mi interés proviene más de la atención que dedicaron determinados medios a la presentación que de la existencia misma del texto. Hace ya bastante que dejé de leer todo lo que se publica por el hecho de estar publicado. No he leído, por ejemplo, ninguno de los tres libros que publicó Montesinos desde la prisión, y no creo, honestamente, que sea imprescindible leerlos.

Sin embargo, la presentación del libro de Guzmán convocó más atención y reacciones más intensas que los tres libros seguidos de Montesinos. Y mi curiosidad se despertó. Gracias a un muy buen amigo, interesado en general en este tipo de asuntos, pude acceder a una copia del texto (los originales parecen haber sido ya confiscados por las autoridades). Y debo decir que el texto muestra a un Guzmán que no tiene punto de comparación con el Guzmán de la llamada “entrevista del siglo” de 1983. Este es un Guzmán intelectualmente desarticulado, que probablemente haya sido exhibido públicamente por razones que ya no está en posición de controlar. La derrota militar de su versión del senderismo a mediados de los años 90 y más de 17 años de cárcel han convertido a quien fue el terrorista más buscado de nuestra historia en alguien que no es capaz de escribir ya ni siquiera un texto articulado. Los editores del libro han aprovechado como han podido manuscritos sueltos de Guzmán sobre sí mismo y los han mezclado con notas de nivel escolar sobre manuales de derecho de uso común. Han reimpreso fotografías antiguas, algunas arengas solapadas y han perpetrado un par de textos cortos (el núcleo del caso por apología) que recuerdan los viejos volantes del senderismo de los años 90, para simular un libro que los presenta como los herederos del otrora jefe del senderismo. La presentación seguida de las cartas de Guzmán sobre la muerte de su primera esposa y las cartas enviadas a Yparraguirre insinúan una línea de conexión y continuidad (a “Norah” le sigue “Miriam”) entre los dos matriarcados del senderismo que el texto parece emplear como base para sostener que hay una segunda línea de conexión entre el llamado “acuerdo de paz” que Montesinos y Guzmán presentaron en los 90 y la estrategia legal de defensa de los senderistas en prisión.
La insistencia en pretender que es Guzmán quien dirige la estrategia legal del senderismo y que su mensaje final es luchar por la libertad de los terroristas en prisión son los puentes que cierran el círculo de un testamento pegado artesanalmente a pedazos. Es como si un grupo de personas que reclaman ser las herederas de un casi difunto lo maquillara, lo sentara en una silla de ruedas y forzara en su rostro una mueca de sonrisa para hacer una foto que demuestre su vinculación de cara al futuro.

Si algo muestra el libro, entonces, es un torpe intento por establecer una sucesión en una línea que, suponen los editores, es política. Cortar este intento a través de un caso legal por apología parece entonces haber sido una buena idea. De hecho, el texto no es un ejercicio de libertad de expresión, sino un intento solapado por legitimar una nueva dirección de un grupo que en mi opinión fue, es y seguirá siendo terrorista. Y eso es bastante más que apología.

Lo curioso es que el texto reivindica como un éxito del senderismo de Guzmán la anulación de los procesos militares ordenada por el Tribunal Constitucional en el 2003, e insinúa, sigilosamente, que las más de 5.000 firmas recolectadas para la demanda son la base de algo que, leído entrelíneas, quieren presentar como el caudal electoral que podría convertir al senderismo en un partido legal organizado para lograr la amnistía de los senderistas que aún están en prisión.

Curioso, en verdad. El senderismo de Guzmán (o alguien, reivindicando a Guzmán) quiere llegar al Congreso. Quedará en las autoridades establecer si el destino final de este intento, en verdad, conduce a prisión. Por lo que toca a nosotros, tal vez sea mejor concentrarnos en otros asuntos de mayor interés.

miércoles, 15 de julio de 2009

El dilema de la devolución


El dilema de la devolución
César Azabache Caracciolo

Al aceptar los hechos de la acusación, el juicio sobre los 15 millones ha quedado convertido en una cuestión sobre el significado y alcance de las normales legales aplicables al caso. Por definición, un debate de este tipo ocupa menos tiempo y tiene menor fuerza comunicacional que un debate organizado sobre declaraciones de testigos. Esto es una primera ventaja para la defensa. Pero la defensa aspira a más. Aspira a apoderarse del significado de la acusación.
La defensa ha anunciado su consigna para este juicio. Si la consigna del juicio anterior fue “No hay pruebas”, en este juicio se ha sostenido ya (y probablemente comience a repetirse) que “Fujimori devolvió los 15 millones”. Fiscalía y Procuraduría han contestado negando que la entrega de 15 millones al Ministerio de Defensa efectuada después de la transferencia original de los fondos pueda ser considerada una devolución, porque Montesinos envío “sus 15” al exterior, y Fujimori devolvió “otros 15”. Además han recordado que la devolución del dinero, aunque fuera cierta, no dispensa de responsabilidad penal a quien ya ha desviado fondos del Tesoro. Sin embargo, y más allá del debate legal, la frase “Pero finalmente devolvió el dinero” tiene mucha mayor potencia comunicacional que la frase “La entrega de 15 millones de origen desconocido, no es devolución”. De hecho ofrece al fujimorismo una buena coartada en un caso en el que se pensó que no tendría respuesta. Y es que condenar al acusado “que devolvió 15 millones” no sería lo mismo, institucionalmente, que condenar a quien autorizó el empleo sistemático de fondos públicos para fines personales, entre ellos, esta última entrega. Y la acusación trata sobre el significado de esta última entrega, no sobre el dilema de la devolución.
Fiscalía y Procuraduría han insistido en que no hay explicación para la existencia de esos “otros 15”, que aparecen en la escena de la devolución. Al hacerlo reconocen indirectamente no tener evidencias concluyentes sobre su origen. Fujimori aparece en esta escena nada menos que con el señor Aritomi, por mucho tiempo embajador de Perú en el Japón, prófugo y aparentemente principal eslabón del caso Fundación Apenkai. Según la Fiscalía, Apenkai habría sido usada para recaudar fondos de ayuda para el Perú en el Japón y desviarlos hacia cuentas privadas. La Fundación habría mantenido su posición en este carrusel reportando, como si fueran propias, obras que en verdad fueron hechas con fondos del SIN. La presencia del señor Aritomi en la escena, es, entonces, muy sugestiva. Fujimori necesita 15 millones. No los tiene a la mano. “Se hace un préstamo” con fondos del Estado, aparece el señor Aritomi, y de inmediato Fujimori devuelve el préstamo. ¿Dónde estaban los fondos, tal que se necesitaba esta especie de “stand by” informal mientras llegaban los “otros 15” que trajo el señor Aritomi? ¿El uso de esta suerte de crédito “stand by” informal, ya aceptado por la defensa, no sugiere la existencia de un procedimiento de desviación de fondos previamente establecido? ¿Nos aclarará esto la defensa en su alegato final?
Esas son las cuestiones de este caso, y a ninguna de ellas responde la consigna de la devolución, que hay que encontrar, para todos los fines, sugerente, pero fuera de lugar.

jueves, 9 de julio de 2009

Una posible colección de desatinos



Una posible colección de desatinos
César Azabache Caracciolo

Indigna que León Alegría haya pasado de un penal a arresto domiciliario. En nuestro imaginario colectivo el arresto domiciliario representa una suerte de privilegio asociado a la incapacidad del sistema para llevar un caso a juicio de manera oportuna. Por eso la orden ejecutada deja cierta sensación de derrota colectiva.

Creo que ha sido un despropósito poner en su casa a alguien que se fugó cuando quiso, expuso a sus hijos innecesariamente, y permaneció escondido todo el tiempo que se le antojó. Se le ha puesto en casa además sin que se sepa siquiera si habrá o no bases sólidas para llevarle a juicio, porque el computador que se le incautó, la única esperanza de darle a este caso el nivel que no parece tener, aún no ha sido revisado. Entonces habría sido mejor esperar a ver qué se encontraba en el computador por analizar, decidir de una vez por todas si el caso se archiva o pasa a juicio y no crear este tipo de crisis innecesarias. 

Pero tampoco es imposible que los Vocales que pusieron a León Alegria en su casa (contra nuestras intuiciones sobre lo justo y lo oportuno) hayan procedido mirando otra parte del caso. Y es que allí donde decimos que el caso no estaba listo, decimos también que llegó a tribunales con un apresuramiento que suena a desatino. Y es que también hay que decir que media una enorme desproporción entre lo que el caso León Alegría representa (no olvidemos que costó un gabinete) y lo que parece contener en realidad. El caso se construyó sobre unas cintas de audio de origen dudoso que fueron difundidas precipitadamente, cuando sólo se había comprobado conversaciones vergonzosas en las que dos personajes se ufanan de influencias que aún no sabemos si fueron reales. El contenido de las cintas es inaceptable, y probablemente delictivo. Pero nadie esperó a confirmar si las conversaciones entre ambos eran en verdad el hilo de una madeja más grande o simplemente era la celebración de dos vendedores de humo o falsas influencias.

Nos apresuramos a provocar la caída de un gabinete por esos audios y nos apresuramos a comenzar un proceso para el que, ahora es evidente, nadie estaba listo. Y ahora parecemos obligados a darle al caso León Alegría una talla y una atención pública que quizá le quede grande.

León Alegría ya está detenido en casa. Pretender ahora procesar a los miembros del tribunal que lo sacó de la cárcel no parece útil, sobre todo si no está ni siquiera claro si ellos han cortado un caso serio en marcha o han actuado en contra de un mero bosquejo construido sin bases sólidas. Esta historia está, sin duda, repleta de desatinos. Pero por eso mismo, parece absurdo multiplicar los apresuramientos. Por el bien del sistema, es necesario terminar esta historia con seriedad. Y el único camino posible parece ser analizar de una buena vez (¿qué tan difícil puede ser) el contenido del computador. Sólo el contenido de ese computador va a permitirnos saber si el asunto merece un juicio o si nuestro apresuramiento colectivo ha creado una enorme colección de desaciertos que no conduce a ningún lugar.

lunes, 30 de marzo de 2009

El debate final




El debate final
César Azabache Caracciolo

Hemos perdido en este juicio demasiado tiempo en discutir cosas innecesarias. La Fiscalía y la defensa de víctimas y acusado han mostrado un profesionalismo digno de aplauso. Pero cuatro meses sólo para exponer conclusiones constituyen un exceso innecesario ¿Acaso alguien pretende que la Sentencia siga el mismo estilo y sea leída en agotadoras audiencias durante otros cuatro meses? Con el mayor respeto, lo más sano será que hagamos como si el juicio hubiera estado en receso. El tribunal ha dado muestras de sabiduría para mantener la imparcialidad y sin embargo sostener el valor comunicacional de las audiencias. Sería, creo, sumamente útil que usando esta sabiduría, invente una manera de reinstalar el juicio en el centro de la atención pública. Antes de darle la palabra al acusado, el tribunal podría pedirle a las partes que en una sola sesión pública resuman las cuestiones que proponen resolver al tribunal. Resumir estos cuatro agotadores meses en una sola sesión que centre las cosas sin más dispersiones podría ayudarnos a recuperar el espacio público que ha perdido el juicio más importante de nuestra historia republicana. Estamos discutiendo las reglas sobre la responsabilidad penal de un mandatario. El resultado del juicio es entonces fundamental y no puede quedar ahogado por el desgaste.

Además el tribunal deberá crear la manera de emitir una sentencia clara y concisa. En cuestiones morales los excesos retóricos y las exhibiciones de erudición no son útiles. El tribunal no debe caer en la tentación en que cayeron los abogados. Y es que un juicio no es lugar para repasar tratados de derecho ni para resolver disputas académicas. El juicio es un espacio institucional diseñado para discutir sobre lo justo. Y en este caso, lo justo depende del modo en que se encaren las reglas sobre la responsabilidad de un mandatario por crímenes cometidos durante su gobierno ¿Existen reglas distintas a las que corresponden a los autores directos y habituales de delitos? ¿Cuáles son estas reglas y cómo se fundamentan? Fuera de los casos en que un mandatario personalmente comete un crimen (que son casos que no admiten mayor discusión) ¿es en verdad responsable el mandatario que no hace nada por evitar lo que está pasando? Este debería ser el tema del juicio. Pero la posibilidad de encararlo ha quedado ahogada por el tedio que han producido estos últimos cuatro meses de discursos.

Entonces la cuestión a retomar son las reglas sobre la responsabilidad del mandatario. Desde mi punto de vista es poco probable que en el caso Barrios Altos se pueda condenar al acusado por algo distinto a no haber reaccionado después del hecho. No haber reaccionado después del crimen no lo hace autor de esas muertes. Lo hace responsable por encubrimiento y por omisión, que son delitos distintos. Pero el encubrimiento y la omisión, dado que se trata de un mandatario, forman la base desde la que resulta indiscutible la responsabilidad de Fujimori por los crímenes de La Cantuta. Por cierto, responder por dejar hacer a otro no es exactamente lo mismo que responder por haber ordenado los crímenes. Hay un grado de diferencia entre ambas cosas. Pero la aquiescencia con la muerte es suficiente, en estas condiciones, para justificar una condena muy severa.

¿Porqué Fujimori no desarticuló al Grupo Colina a tiempo? El juicio no ha explorado nada sobre el trasfondo de la historia que resumen los dos crímenes en debate, y eso es algo a lamentar ¿Acaso se quería acaso llevar al novato Presidente a un crisis que lo obligara a tomar postura en un asunto en el que su posición no estaba clara? Es probable que Barrios Altos haya sido algo parecido a un chantaje ideado por alguna mente perversa para “alinear” al mandatario a favor de cierto sector de las fuerzas de seguridad. No lo sabemos con certeza. Pero la crisis se produjo. Impuesto Barrios Altos, Fujimori eligió la aquiescencia con la muerte como estrategia política. La responsabilidad que corresponde a esa elección es lo que de manera clara y honesta debemos discutir de cara a una sentencia que, sin duda, fijará un punto de quiebre en lo que en adelante exijamos a quienes asumen la conducción de la república. 

sábado, 7 de febrero de 2009

El mensaje al tercero ausente



El mensaje oculto al tercero ausente
César Azabache Caracciolo

Según un artículo de César Martínez (peru 21.pe; 27/nov/08), en el Perú de hoy se roba por lo menos 7 vehículos por día, es decir 1 cada tres horas, y la policía sólo logra recuperar el 1.8% del total robado. El 98.2% de vehículos robados se comercializa, al parecer principalmente en la selva peruana y en Bolivia, y sólo marginalmente en el mercado clandestino de autopartes. El negocio detrás de estos robos está tan organizado que además de sostenerse por casi quince años ha provocado pérdidas a las aseguradoras por más de 60 millones de dólares contando sólo desde el 2006 (Ibid). Con un perfil de este tipo, es muy poco probable encontrar en este sector acciones torpes, como tratar de robar un vehículo asignado a funciones oficiales, que además estaba resguardado por dos efectivos de seguridad. Las descripciones de casos denunciados muestran además un patrón consistente: Generalmente se ataca vehículos que transportan a una sola persona, el conductor, y sólo se dispara cuando alguien ofrece resistencia o resulta estar armado.  Jamás se aborda a tiros el auto que se pretende robar y vender entero. Pues bien, ninguno de estos elementos parece estar presente en el indignante atentado que ha sufrido la Fiscal de la Nación. Por eso causa, digamos, sorpresa, que se insista en que se trató de un evento común.

¿Cuánto tiempo esperaron los atacantes que la Fiscal de la Nación saliera del establecimiento en que estaba siendo atendida? ¿A cuantos metros del auto estaba el sujeto que disparó? ¿1.5? ¿2? ¿3 acaso? ¿Y no se percató que el auto estaba resguardado? ¿Por qué disparó contra el auto, de abajo hacia arriba y hacia la puerta trasera izquierda del vehículo? ¿El atacante no sabía acaso que el resguardado viaja siempre atrás, en el asiendo derecho del auto, que es el contrario al del piloto? ¿Qué quería entonces?

En 1998 el alcalde de Breña, Salazar Berauín murió al ser alcanzado por el disparo de un francotirador de la policía que estaba apostado en un jardín a un costado de la Av. Benavides (Caretas 1506). La bala, dirigida a la izquierda del asiento trasero del auto, alcanzó al alcalde que, en lugar de permanecer a la derecha como se estila, se había movido hacia el centro. El autor del atentado, identificado por el hallazgo de la bala, fue llevado ante la justicia policial, pero no existen registros públicos sobre el destino del caso iniciado en su contra. Los motivos del crimen, presentado oficialmente como resultado de un accidente (¿?), quedaron siempre en la bruma, aunque aparentemente se atacó el vehículo equivocado y se impactó en el cuerpo de la víctima en lugar de impactar sólo en el auto. Dado este antecedente es muy probable que quien sea que haya ordenado el ataque contra la Dra. Echaiz haya tenido el cuidado (ojalá no) de conseguir armas y municiones en el mercado negro, y contratar, quizá, delincuentes comunes para desviar las investigaciones. En estas condiciones, dar con el verdadero autor del hecho se vuelve tan difícil como encontrar a quien lanzó una piedra en medio de una multitud.

Y aquí se llega a la paradoja que encierra este tipo de amenazas. Uno esperaría, intuitivamente, que quien profiere una amenaza, verbal o actuada, firme de alguna manera su mensaje, se identifique al menos sutilmente para que el destinatario perciba quien lo ataca. La amenaza anónima (que se esfuerza en ser anónima) es por eso desconcertante. El autor quiere, sin duda, provocar miedo…. Pero no se identifica. El ataque sería entonces inútil. Salvo que, en el extremo de la perversión, el verdadero amenazado no sea la víctima del ataque, sino alguien, no presente en la escena, a quien se ha advertido antes que el autor es capaz hasta de hacer una cosa así. Ese tercero, que sabe quien ordena el ataque, lo contempla en silencio, como una pura y simple señal de poder, y contempla luego el modo en que se cierra el círculo de impunidad sobre el hecho, confirmando el poder del autor.

Y es que los crímenes nunca son inútiles. Si nos parecen inútiles, es sólo porque hemos equivocado las referencias para interpretarlos.