sábado, 16 de diciembre de 2006

Se debe definir la ruta por seguir



Se debe definir la ruta por seguir
César Azabache Caracciolo

La lista de problemas que afectan el desempeño de la judicatura es impresionante. Impresiona además la importancia de todos ellos. Está el presupuesto del judicial, las remuneraciones de los magistrados, la consolidación del sistema de control interno y tantos otros. Sin embargo la gravedad de todas estas cosas no debe cegarnos ni debe hacernos olvidar que los problemas complejos sólo pueden enfrentarse de una manera: Estableciendo prioridades en función a objetivos.
En lo que toca a las maneras de establecer prioridades hay dos opciones básicas entre las que es preciso elegir. La primera, quizá políticamente más atractiva, pero en mi opinión altamente ineficiente, consiste en concentrar la mirada en lo que ocurre en las áreas políticamente más expuestas del sistema (la Corte Suprema y el Consejo de la Magistratura, por ejemplo) y tratar de imprimir cambios en la imagen global de la judicatura a partir de modificaciones en la composición o en las reglas de organización de estas instancias. La segunda, políticamente menos visible, pero entiendo que más útil en términos institucionales, consiste en lograr que la mirada se concentre principalmente en el servicio de justicia que reciben los ciudadanos promedio, la mayoría de los cuales nunca discutirán ni tienen porqué discutir sus conflictos legales en el máximo tribunal de la república, y modificar las condiciones en que se resuelven las disputas que nos preocupan diariamente.
            Reformar no significa nada si no se hacen explícitos los objetivos que se persiguen. Quien quiera elevar su cuota de influencia dentro del sistema, sean buenas o malas sus razones, buscará intuitivamente un espacio de injerencia sobre la toma de las principales decisiones públicas. Pero quien busque que el sistema opere de manera razonable deberá preguntarse primero por la justicia verdaderamente existente, y reclamar una cuota de injerencia sobre las decisiones del sistema sólo en la medida en que sea necesario para imprimir los cambios que se definan como prioritarios.
            Las prioridades no son entonces jamás un asunto de segundo orden. Saber por dónde empezar es decisivo si se quiere llegar realmente a alguna parte.
            Abundan, por ejemplo, los estudio sobre el sistema judicial ¿Pero sabe alguien cuál es el promedio de indemnizaciones concedidas, por ejemplo, por lesiones derivadas de accidentes de tránsito? ¿Y alguien ha medido en qué porcentaje de casos las indemnizaciones ordenadas por el judicial  han sido efectivamente pagadas a las víctimas de estos accidentes?¿Alguien puede explicar de manera clara porqué no ha sido posible, en más de 15 años, lograr que las penas de prestación de servicios comunitarios tengan un verdadero impacto social en la prevención de delitos?¿Alguien cree que el sistema es capaz de impedir verdaderamente la fuga de los infractores si en Lima prácticamente no existen centros transitorios de detención? ¿Alguien cree que puede modificarse la tasa de desaprobación ciudadana sobre el sistema si los jueces siguen siendo personajes casi anónimos, que no interactúan con las personas como lo hace el Alcalde, el Párroco y el Comisario del distrito? ¿Nos sirve acaso resolver los grandes problemas de organización de las instancias máximas del sistema si no se resuelven estos asuntos puntuales, que son los que nos afectan día a día y determinan nuestras reacciones personales frente a la violencia?
            ¿Por dónde comenzar entonces? He insistido antes en que el sistema no marchará, hagamos los cambios que hagamos, si no modificamos de raíz las reglas de relación entre jueces y población ¿Significa que debemos dirigirnos hacia un sistema de jueces municipales? Sí. Pero no sólo de jueces. También necesitamos fiscales, necesitamos centros transitorios de detención y necesitamos la colaboración de las municipalidades para asegurar el cumplimiento de las penas de prestación de servicios comunitarios. ¿Necesitamos más jueces y fiscales? No lo creo. Pero necesitamos redistribuirlos. ¿Necesitamos más recursos? Probablemente menos de los que empleamos en la construcción de los cuerpos de Serenazgo.
            La justicia no es sólo una organización política. Es, antes que eso, un servicio que se presta a los ciudadanos y qué sólo funciona si interactúa con ellos. La justicia debe representar la conciencia moral sobre lo debido y lo correcto conforme a ley. Y como la salud y la educación, no dependen en su efectividad sólo del modo en que se organiza la cúpula del Estado. Antes que eso, depende del modo en que se sostiene el rostro que el sistema muestra, día a día, a las personas que viven en la comunidad