miércoles, 7 de abril de 2021

El Estado, ese enorme ausente

El azar ha hecho que hoy El Comercio (“Pilares en ruinas; editorial) y La República (“El último país del consenso de Washington”, de Humberto Campodónico) publiquen en simultáneo dos textos que enmarcan mejor que el debate electoral entero la forma que viene adquiriendo la discusión sobre la redefinición del rol del Estado en la economía 

Como corresponde a la identidad de las fuentes que comento, el problema ha sido abordado en estas entregas desde dos puntos de vista distintos, que sin embargo se encuentran en la discrepancia. 


El Comercio abre la discusión marcando tres puntos de referencia: el crecimiento constante del PBI y la ampliación del presupuestos del Estado en 400% en los últimos 20 años y la reducción de los registros oficiales de la pobreza en el periodo 2004 - 2019 (del 58.7% al 20.2%). El Comercio presenta estos indicadores como resultado de un complejo institucional basado en la disciplina fiscal, la libre iniciativa privada y la independencia del BCR. Y sobre esta base, El Comercio llama a revisar con cuidado si tiene sentido emprender “aventuras económicas que buscan debilitar todo aquello que ya nos ha funcionado”.  


Humberto comienza proponiendo leer las cosas como resultado de un proceso en evolución. “El neoliberalismo de Reagan y Thatcher fracasó estrepitosamente -sostiene- con la gran recesión del 2008”. “Los países que ahora más crecen impulsan una economía mixta, como los países asiáticos, que lideran -ya están liderando, en muchas industrias- el mundo del siglo XXI”. Humberto sostiene que el enfoque sobre la economía que ha dominado estos últimos treinta años padece de cierta ceguera selectiva cuando “reconoce como propio solo aquello que habría sido creado por la mano invisible del mercado”, mientras atribuye a la “mano visible del Estado” el que no tengamos “buena educación ni salud ni infraestructura”. 


El Comercio admite que más allá de la cuestión sobre los fundamentos (donde no podemos esperar que haya unanimidad) la cuestión sobre los servicios públicos esenciales, que se ha vuelto dramáticamente visible con la pandemia, requiere cambios en la definición del modelo al que atribuye el éxito representado en sus tres indicadores. En un matiz poco afortunado, “Pilares en ruinas” intenta presentar esos cambios como si solo requiriera “ajustes” que deben ser hechos “aquí y allá”. El desbalance entre la representación del éxito que el artículo asigna al modelo y la catrastrófica situación del acceso al oxigeno y la educación obligan a considerar el problema como una simple cuestión de “ajustes circunstanciales”. Tan vez lo que haya que ajustar es la importancia que se asigna a estos tópicos en la descripción de una economía que incluso desde el punto de vista de las libertades ciudadanas no puede ser definida ya sin asegurar los servicios esenciales que debe recibir la ciudadanía por el hecho de serlo.


Pero en el plano practico la cuestión está planteada ya. Yo querría superar el sin sabor innecesario que me deja esa frase sobre los “ajustes” “aquí y allá” y pensar más bien que desde ambas fuentes se abre un espacio en el que la convergencia sobre la prioridad del debate sobre servicios a la ciudadanía aparece y se remarca, y debe remarcarse más. Socialismo y liberalismo no coincidirán jamás en los acentos,  en los diagnósticos ni en la narrativa del pasado. Pero pueden comenzar a conciliar en la manera de evitar que todas estas muertes que estamos registrando por la ausencia de un Estado, ese enorme ausente, no se registren más.  


¿Podremos imaginar entonces mesas en que economistas liberales y socialistas comiencen a discutir cómo resolver los problemas urgentes, aunque para hacerlo deban aprender a aplazar sus diferencias fundamentales?

domingo, 4 de abril de 2021

Las rutas que podemos seguir


La crisis de representación que padecemos ha tenido una expresión más que evidente en la falta de enganche entre la ciudadanía y las candidaturas de esta inusual competencia electoral. La prioridad sigue siendo, es evidente, la pandemia, la salud, la educación, el empleo y la reactivación de la economía.

Junto a estos temas los planes de gobierno muestran una lista de asuntos cuyo tratamiento conceptual comienza a hacerse homogéneo entre nosotros. Corrupción, justicia, seguridad ciudadana, narcotráfico y terrorismo, además de infraestructura y actualización tecnológica son asuntos que reclaman acciones, sin duda, pero no suponen diferencias decisivas en el abordaje.


Los planes de gobierno mejor elaborados contienen recopilaciones más o menos completas de lo que debe hacerse en estas áreas: en una síntesis, fortalecer, en un marco definido por la transparencia, la capacidad de maniobra y alcance de las agencias a cargo de cada sector.


Pero para diferenciar la simple retórica del compromiso en serio deberíamos poder medir la confianza que podamos depositar en los equipos profesionales que cada candidato pretende llevar al gobierno. Y aquí encontramos uno de los déficits más importantes de esta campaña, porque no todas, más bien pocas candidaturas han mostrado a los equipos desde los que conformarían sus gabinetes.


Sin embargo es imposible no notar que, en paralelo, fuera del proceso electoral y sin completa conexión a él, se está asentando entre nosotros una agenda de asuntos comunes que ha sido impulsada con mucho esfuerzo desde muchos sectores y que ahora puede transformar el modo en que abordamos la política, entendida en sentido amplio.


Una lista de asuntos que además marca diferencias entre las opciones que tenemos al frente y entre la forma en que podemos relacionarnos con “lo público”, ese espacio que aún debemos construir desde nuestras diferencias.


Las discusiones sobre recursos naturales, minería, impuestos, suelos y medio ambiente, además de consulta, participación y protesta, usualmente levantadas desde las izquierdas, han comenzado a desbordar su adscripción de origen para comenzar a ser reconocidas como asuntos fundamentales también para quienes no estamos en las izquierdas.


Junto a estos temas se ha instalado ya una lista importante de cuestiones vinculadas a la expansión de los derechos civiles: protección a las mujeres, enfoque de género, interrupción del embarazo, matrimonio igualitario, muerte digna, diversidad LGTBI+ y autocultivo de cannabis medicinal son solo algunos de los más importantes asuntos que parecen haberse independizado de sus colectivos de origen para convertirse en temas comunes.


Encuentro que el proceso de formación de esta agenda se expresó en las protestas de noviembre, pero se expresa también en el caso de Ana Estrada y en los debates sobre la zonificación de Lurín y el almacenamiento de minerales en el puerto de Paracas, para citar los casos más visibles.


¿Es posible negar la capacidad de convocatoria que estos eventos lograron alcanzar en estos últimos meses? La tupida agenda de conflictos sociales por resolver, que sin duda marcará en mucho el proceso de gobierno a partir de julio, requiere tomas de postura organizadas desde estos ejes, y requiere observación y mediación ciudadana.


Creo entonces que las claves para abordar el futuro inmediato se encuentran en estesta suerte de agenda externa a la campaña, no en la campaña misma.


La suerte de agenda externa a la campaña, no en la campaña misma.


Creo que la clave del equilibrio institucional posible en el ciclo que comenzamos ahora está en la ciudadanía; en su capacidad para articularse sobre la base de asuntos que convocan su interés.


Tenemos esta lista de asuntos comunes, que puede ofrecernos pistas sobre las rutas que podemos seguir.

No la perdamos de vista.


Publicado en La República el 4 de abril de 2021