lunes, 26 de junio de 2017

Casi dos décadas después


LOS DESAFÍOS POLÍTICOS Y ECONÓMICOS PRESENTES DESDE INICO DEL SIGLO

Casi dos décadas después


El régimen de los años noventa se organizó sobre dos ejes principales: la estabilización de la economía y la liquidación del terrorismo. Nos guste o no, es imposible negar que cumplió sus propias metas en ambos frentes. Pero la cuestión, para quienes encontramos esto insuficiente, está en notar que el modelo encerró siempre una paradoja. Para que la economía se mantenga estable no basta con aprender sobre disciplina fiscal e impulso al crecimiento. Para que se sostenga se necesitan instituciones: canales de negociación política transparentes; jueces accesibles a todos, erradicación del linchamiento, la invasión y la toma violenta de vías públicas y locales y cárceles menos hacinadas... solo para comenzar la lista. El componente autoritario del régimen de los noventa fue altamente corrosivo para las instituciones. En estas condiciones tenía que explotar, y finalmente explotó.

Explotó de manera dramática, abrupta, deshonrosa y profundamente injusta para muchas personas inocentes que creyeron en él. Explotó cuando permitió que su componente autoritario (liderado por Montesinos, por cierto) ganara la puja final contra los sectores modernizantes que el régimen había conservado desde la primera mitad de la década (primero Hernando de Soto, luego Jaime Yoshiyama, al final Santiago Fujimori). La batalla final se produjo en el Poder Judicial. El resultado fue el abandono definitivo del último plan de modernización institucional de la década. Y condujo al predominio, para entonces expandido desde el Congreso hasta las corporaciones departamentales de desarrollo, de esquemas de acción política simplistas y toscos reducidos a la cooptación del otro (incluso por medio del soborno) y el control vertical centralizado del SIN. En medio de ese esquema, el régimen perdió el respaldo de buena parte de los liberales que aceptaron cooperar con él en la primera mitad de los noventa. Algunos sin embargo se adaptaron a las nuevas condiciones del régimen, pero esa es otra historia. Nótese que los casos emblemáticos de corrupción de los años noventa corresponden, todos ellos, al período que comienza con la compra de los aviones de Bielorrusia en 1996.

Mirada desde los 90, la meta de nuestra fallida, corta, diminuta y poco efectiva transición (de noviembre 2000 a julio 2001) fue sostener la economía, ya disciplinada, desterrar los componentes autoritarios instalados en el sistema y reemplazarlos por un nuevo plan de estabilización institucional que resultara sostenible. Nos fue mal, sin duda, como muestran los resultados. Pero en estos casi 20 años, la ola de crecimiento económico y las apariencias sostenidas por las formas democráticas fueron suficientes para dejarnos creer que no nos iba tan mal después de todo. Ahora podemos mirar por debajo de la alfombra. Y la mirada nos deja ver que el sistema quedó perforado por la enorme fisura que subsiste en el financiamiento de la política. Nos queda claro también que esta fisura, más la absurda aquiescencia con la que aceptamos contratar obras públicas de envergadura sin limitar los presupuestos finales comprometidos, convirtieron los objetivos de la transición en una broma de mal gusto.

Casi dos décadas después el desafío original sigue siendo el mismo: ya no sostener, sino recuperar la estabilidad de la economía, pero además construir (porque lo pendiente es más que solo reforzar) un sistema de instituciones que la haga sostenible. 

Al final del primer año del presidente Kuczynski es imposible negar que el gobierno ha fallado en el intento. El rescate del gasoducto, Chinchero, el aún inutilizado fideicomiso de intervención sobre empresas corruptas, la conversión del saldo de condena de Fujimori en prisión domiciliaria... todos son fracasos. Y todos provienen de la combinación de buenas ideas legales y enormes errores políticos. En medio de la confusión con la que cierra el semestre (un ministro menos y un contralor de más), se avizora para el 28 de julio una imagen semejante a la paliza que descarga el tipo rudo que ha ganado la pelea sobre el vencido, cuando no existe un árbitro que los separe a tiempo. 

Recuperar el equilibrio en la economía requiere un ejercicio de construcción institucional intenso. El fujimorismo es hoy, nos guste o no, un sujeto político con voz, voto y capacidad de decisión en la mesa. Y, a pesar de sus evidentes errores, el gobierno sigue siendo el gobierno en ejercicio. Entonces no hay mucho que pensar. Si el fujimorismo quiere convertir en sostenible la posición que ha adquirido y el gobierno quiere dejar de fallar, solo queda un camino: la negociación de un Gabinete compartido. Y armar un pacto que rebase la simple idea de gobernabilidad pasiva y alcance los fundamentos de la refundación institucional que el sistema necesita, previniendo toda forma de clientelismo o populismo regresivo. 

Nuestra comunidad política tiene ahora la palabra.

Publicado en El Comercio el lunes 26 de junio de 2017