Megajuicio contra el terror
César Azabache Caracciolo
Quizá lo más resaltante de las audiencias del caso Colina es la relativa
indiferencia que muestra la opinión pública al inicio de los debates. Se trata
de un proceso que ha involucrado a la Corte Interamericana de Derechos Humanos
(que declaró inaplicable la ley de amnistía). Un proceso que pone nuevamente
sobre el tapete el papel de la justicia militar durante la guerra y que reúne
una serie de testimonios directos e indirectos sobre las relaciones entre esta
agrupación y el SIN. Además, se trata de un caso que reúne una enorme cantidad
de evidencias físicas que provienen de la masacre de Barrios Altos y del hallazgo
de las fosas de Cieneguilla. Se trata también de un caso que revela la enorme
torpeza que ocultan las estrategias de seguridad basadas en escuadrones de la
muerte. No debe olvidarse que en el caso Barrios Altos aparentemente los
“Colina” equivocaron el lugar del ataque y asesinaron a niños y a personas
inocentes creyendo que se trataba de un grupo de senderistas. También se trata
de un caso que marca el “punto final” de una forma de violencia que impregnó al
país durante la guerra que provocó el terrorismo. Y sin embargo no lo estamos
debatiendo como comunidad. Si comparamos la cantidad de tiempo que la
televisión ha dedicado a éste caso con la que ha dedicado a otros asuntos,
mucho más frívolos y menos decisivos, encontraremos una desconcertante diferencia
¿Por qué?
El caso Colina pone en discusión
la solidez de las pruebas para alcanzar no sólo a sus miembros (varios de ellos
confesos), sino además a los principales jefes del servicio de inteligencia y
del Ejército, entre ellos, Montesinos Torres. Más allá de la opinión de la
comunidad de derechos humanos, que en lo personal comparto, o de los
partidarios del señor Fujimori, con quienes discrepo, la Fiscalía debe probar
que tiene contra ellos un caso sólido basado en hechos y evidencias. Están a su
favor las huellas que muestran los cadáveres, las evidencias sobre las armas y
vehículos empleados y los testimonios recogidos por los periodistas de
investigación desde los años noventa. Pero falta el debate con la defensa. El
juicio debe tratar sobre las razones por las que se debe o no se debe considerar
que este escuadrón actuaba atendiendo a órdenes expresas de los más altos
niveles de de las fuerzas de seguridad. No dudo que el Tribunal decidirá sobre
la culpabilidad o inocencia de los acusados en base a hechos y a pruebas, más
allá de las preferencias que cada cual pueda expresar por una u otra posición
en disputa.
El tema es, como puede
verse, decisivo, y sin duda debería estar en el centro de la agenda de nuestros
debates morales en este momento. Pero no está ¿Por qué tanta indiferencia?
Creo que la respuesta se resume en una palabra:
Agotamiento. El sistema comenzó a inclinarse a lo trivial desde que nos impuso
el juicio de la señora Beltrán como primer proceso anticorrupción. De allí en
adelante ha predominado la tendencia priorizar asuntos confusos, de menor
envergadura o laterales. Probablemente las energías comunicacionales del
sistema estén por agotarse o se hayan agotado ya. La comunidad puede estar comenzando
a mostrar cansancio y ese cansancio daña la posibilidad de discutir en serio los
casos más importantes, que recién comienzan a llegar a los tribunales.
El riesgo principal, si
con cambiamos las cosas, si no mantenemos abiertos los debates más importantes,
será terminar todo este doloroso proceso sin haber aprendido nada sobre lo vivido.