lunes, 23 de diciembre de 2019

Día 26




Sin duda, el anuncio reciente de la señora Fujimori, que se alejara de la política “por un tiempo”, está alineado a lo que su defensa necesita mostrar en una audiencia en la que se discutirá cuánto control puede tener en el futuro sobre el comportamiento de su propia organización.


En tres días más se discutirá entre nosotros el segundo pedido que la fiscalía ha presentado buscando que la señora Fujimori espere juicio en prisión. La última escena de este caso contiene una decisión de la Corte Suprema que justificó la prisión como medida. Contiene también una decisión del pleno de la Corte Suprema que, sin afectar el contenido de esa decisión, confirmó el sentido de las reglas que aplican a estos casos. Pero contiene también una decisión de la mayoría del Tribunal Constitucional (TC) que, contradiciendo a la corte, provocó la excarcelación de la señora Fujimori sin dejar un mensaje claro o uniforme sobre los fundamentos de su decisión.

La que viene es, sin lugar a dudas, una audiencia de insistencia, en la que la fiscalía procede contando con que el Poder Judicial no tiene por qué sentirse vinculado por las consideraciones de la mayoría del Constitucional, ciertamente confusas. La propia mayoría desperdició la oportunidad de mejorar su fallo desestimando de plano el pedido de aclaración que el judicial presentó ante ella. La fiscalía sin duda debe estar contando con que la siguiente discusión en el TC sobre este caso, si se presenta, se llevará a cabo con un tribunal integrado por nuevos magistrados, que tampoco tendrían por qué sentirse vinculados por un fallo que ha sido más que polémico en su contenido.

Nuevamente, la elección de los jueces del TC se convierte en una llave maestra para prefigurar la decisión final en este caso.

En la audiencia del 26, tendrá que discutirse, es inevitable, la teoría del magistrado Ramos. Al formar la mayoría, el magistrado Ramos declaró que procedía porque el principal factor de interferencia que él encontraba en el caso se relacionaba con el control que la señora Fujimori ejerció sobre la mayoría en el Congreso disuelto. Para él, la medida dejó de ser necesaria después de la disolución del Parlamento.

Se ha discutido abundantemente si el magistrado Ramos tenía o no derecho a sostener esa opinión en un debate sobre decisiones judiciales que fueron adoptadas antes del cierre del Congreso. Discusión importante. Pero las cuestiones sobre la oportunidad de estos comentarios desaparecerán en la audiencia del 26. Este es un caso sobre interferencias y no sobre fugas. En el debate del 26, la fiscalía deberá explicarnos cuáles son las fuentes de interferencias que espera bloquear esta vez. Probablemente, la fiscalía presentará un caso distinto, que ahora estará basado en la enorme importancia que siguen teniendo en sus investigaciones los testimonios de personas que fueron próximas a la señora Fujimori y que ahora están revelando aspectos sensibles de su comportamiento sobre los fondos entregados por terceros para el sostenimiento de sus actividades. Probablemente, la fiscalía presentará un caso en el que la necesidad de la detención resultará de la preservación y ampliación de esos nuevos testimonios, algunos de los cuales podrían expandir las investigaciones a la campaña del 2016 o generar un caso nuevo sobre ese período. Sin duda, el anuncio reciente de la señora Fujimori, que se alejara de la política “por un tiempo”, está alineado a lo que su defensa necesita mostrar en una audiencia en la que se discutirá cuánto control puede tener en el futuro sobre el comportamiento de su propia organización.

Imposible dejar de notar además que entre nosotros la prisión preventiva no es aún un vehículo instrumental claramente circunscrito a resolver problemas relacionados con la contención de fugas o de interferencias con investigaciones en proceso. Entre nosotros, la prisión preventiva sigue operando como un espacio de refugio que permite al sistema eludir las consecuencias de sus propias demoras en la producción de acusaciones oportunas.
Tenemos aún fisuras legales que siguen permitiendo que las cosas se nos escapen de control. El tiempo en que se organizan los casos penales es una cuestión enteramente fuera de control. Cuando hayamos cerrado este ciclo, tendremos que revisar si los procedimientos de 36 meses de investigación tienen sentido o no. Tendremos que revisar también si 36 meses es un plazo razonable para que alguien espere juicio en prisión o si un plazo tan extenso forma ya en realidad una suerte de condena encubierta. El tiempo es una llave que debe permitirnos equilibrar estos asuntos. En este caso en particular, creo que un fiscal que pide que alguien espere juicio en prisión debería poder decirnos claramente cuándo espera tener lista su acusación. Pienso que el plazo debería funcionar como una carga que desestimule el proceder a ciegas.

En este caso, por ejemplo, el juzgado no debería pasar por alto que la medida original impuesta a la señora Fujimori se extendía hasta mayo del año que viene.


Asociar el tiempo a las cargas del proceso debería permitirnos no perder de vista el objetivo del sistema: se trata de llegar a juicio, no de obtener medidas de reemplazo.

Publicado en EC, el 23 de diciembre de 2019.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Lavado de activos y financiamiento ilegal

Entrevista en Canal N, 29 de enero de 2019

Entrevista en RPP, 6 de enero de 2019

Entrevista en Canal N, 19 de diciembre de 2019




Entrevista en Canal N, el 19 de noviembre de 2019

Entrevista en RPP, el 16 de setiembre de 2019

jueves, 21 de noviembre de 2019

Entrevista para la República

Publicado en la República el 21 de noviembre de 2019.


¿Cómo evalúa la revelación de la entrega de fondos de Dionisio Romero y Vito Rodríguez a Keiko Fujimori?
Siempre se ha dicho que hay ciertos comportamientos, irregulares o ilícitos, que las comunidades toleran por ciclos de tiempo, pero esas curvas de tolerancia se mueven. El sistema ahora criminaliza las captaciones de fondos irregulares y eso es importante, porque disponer de dinero de esa forma durante las campañas supone privatizar la política.

¿Qué entiende usted por privatizar la política?
Comprar a un candidato. Sea lo que sea que imaginen las personas que han hecho estas cosas, en los hechos fidelizan a un político a su favor.

Claro, si yo le obsequio cuatro millones a uno que puede ser presidente…
Me va a contestar el teléfono, ¿cierto? De otro lado, hay que sincerar las razones por las que se interviene en política. Si la Fiscalía sigue avanzando y establece que esto está relacionado con la formación de fortunas personales no declaradas para fines tributarios, entonces tenemos que la vida política sería casi un trabajo para generar ahorros clandestinos.

El negocio no es tanto ser presidente, sino candidato.
Así es, y eso podría explicar por qué tenemos 20 listas, la mayoría sin ninguna posibilidad de éxito. O podría explicar por qué nuestros membretes políticos, no voy a decir partidos, se parecen a las etiquetas de licencias para circular por la Carretera Central.

Romero y Rodríguez ¿han cometido delito?
Lo que hay que resaltar es que, si lo hubieran hecho ahora, sí lo habrían cometido. Esto es delictivo, lo que pasa es que debió serlo siempre y no lo era. No hay que celebrar que no haya habido una ley aplicable…

Es para lamentarlo.
De acuerdo. Y lo que hay que demandar es un reconocimiento del hecho, en el que se le pida perdón a la colectividad.

¿Qué le pareció la carta de Romero?
Una reivindicación innecesaria. Yo encuentro que más sentido ético tenía pedir perdón, reconocer que esto no debió hacerse y dar un paso al costado de la corporación que se dirige. Cada quien tiene derecho a sus preferencias políticas, pero ¿se justifica regalarle tres millones y medio de dólares a una candidata porque soy ‘antichavista’? ¡A alguien que nunca ganó! Encima, soy el que maneja los intereses de una comunidad que me entrega su dinero en ahorros y en inversiones. ¿Qué sentido tiene eso?

En la práctica, agarró tres millones 600 mil dólares y los arrojó por el desagüe.
Y declaró, además, que el dinero es de sus corporaciones, no de su fortuna personal. El sistema legal no protege a las inversiones privadas y a las corporaciones para que estas toleren patrones de influencia ilegal sobre el sistema político.

Los fondos que recibió Fujimori fueron en calidad de candidata presidencial, pero a la vez era congresista en licencia. ¿Eso cómo afecta el caso?
En la narración de los implicados, los fondos se entregaron para la campaña, pero a alguien que ostentaba un cargo público. En el caso de Susana Villarán, la campaña de la revocatoria se financió mientras era alcaldesa. En este caso, Fujimori era congresista y eso da una connotación de soborno posible, que la Fiscalía tendrá que aclarar y establecer.
Y si hay un sobornado, hay un sobornador.

Ese es el problema. Si esto es un soborno, el caso ya no está en la línea de “esto no era delito”. Si Fujimori era funcionaria cuando recibió el dinero, y con Villarán ya se estableció que eso es un soborno, la discusión se pone más seria. La Fiscalía y la misma defensa de Romero tienen que mostrarnos su posición. En estos momentos estamos más concentrados como colectivo en la revelación misma, no en las consecuencias legales. Tiene sentido que se pueda promover que otros aportantes de fondos salgan.

¿Y saber el monto total?
Así es. Vería con buenos ojos que la Fiscalía acepte canjear un eximente de responsabilidad a quienes entregaron dinero a esta agrupación, a cambio de que se revelen las cifras reales. Podríamos estar llegando a un punto en que se compruebe que hubo recursos capturados durante la campaña, que hayan formado una fortuna clandestina no revelada por fines tributarios y que el dinero se haya filtrado a la economía a través de fraudes. Y esa es otra veta de lavado de activos, ya no vinculado a la recepción de los fondos, sino a su uso posterior.

¿Independientemente del origen?
Es que podrían ser fondos limpios en su origen, pero en el momento en que me apodero de ellos, no los declaro para fines tributarios, simulo un origen distinto y los convierto en casas, autos o negocios, estoy lavando. Esto abre varias vetas. ¿La Fiscalía va a enganchar esto dentro del caso original (Lava Jato)? Si lo hace, va a amarrar una investigación que podría no acabar nunca y lo que la ciudadanía necesita es que el ciclo de los casos Odebrecht llegue a juicio. Este que es nuevo podría diferirse para un futuro inmediato, mientras toma forma.

Usted ha trabajado con José Ugaz. ¿Qué piensa de su defensa a Romero?
Respeto a José Ugaz, pero no puedo estar de acuerdo con el modo en que ha organizado la defensa del comportamiento del señor Romero. Hay que demandarle una disculpa, sin justificaciones. La pregunta es qué harán los reguladores, accionistas y clientes del sistema. Porque una cosa es usar fondos personales y, otra, fondos de corporaciones, que no se crean para esto. Las corporaciones son reguladas.

lunes, 26 de agosto de 2019

Las curvas de tolerancia

NO TOMAR LAS PROHIBICIONES BÁSICAS DE UNA SOCIEDAD EN SERIO REPRESENTA TANTO COMO NO ABORDAR SERIAMENTE LOS DERECHOS DE LAS PERSONAS. ES LO MISMO QUE NO RESPETARNOS.

Con el establecimiento de la República fueron abolidos los castigos impuestos sobre el cuerpo de los condenados, las flagelaciones y las mutilaciones practicadas en plazas públicas. Después de la Segunda Guerra Mundial un enorme movimiento que desembocó en la constitución de Amnistía Internacional ha convertido la tortura en un crimen reconocido por la ley. Otros movimientos en desarrollo promueven aun ahora la abolición de la pena de muerte. En paralelo el terrorismo ha sido reconocido como un crimen distinto a los atentados individuales y a los asesinatos que comenten sus adherentes; el lavado de activos ha tomado forma también como un delito autónomo y las empresas ‘offshore’ y el secreto bancario comienzan a ser mirados bajo sospecha. A principio de los años ochenta se reconoció entre nosotros, en términos prácticos, que el uso de la violencia cotidiana en la educación de los niños está prohibido y ahora se aplican sanciones por acoso a profesores universitarios y jefes de oficina por la imposición de estilos de relación sexista que antes se mantenían invisibles.

La línea de las prohibiciones efectivamente acatadas o sancionadas se mueve con el paso del tiempo. De pronto encontramos que lo que antes parecía usual o cotidiano se reconoce como prohibido y se castiga. Nuestra tolerancia a determinadas situaciones que en verdad son transgresoras se mueve atendiendo a procesos de toma de conciencia sobre el ser y el merecer ser respetadas y respetados. Y se mueve también atendiendo a necesidades de control y protección reconocidas por las autoridades públicas.

Prohibiciones y tolerancia se mueven también en función a la lenta, demasiado lenta entre nosotros, conversión de espacios no regulados en espacios institucionalizados. Estamos comenzando a reconocer que en el país se trafica con niñas y niños, pero todavía no reconocemos que está prohibido comprar predios invadidos por mafias que los ponen en el mercado paralelo, sin títulos formales. “Prohibido pagar sobornos” y “prohibido apoderarte de bienes del Estado” son reglas que no fueron aprendidas por completo en tiempos de la transición pos-90. Pero pueden serlo ahora. Comenzamos a reconocer además que falsos mecenas clandestinos han financiado nuestros partidos políticos, pero no todos han encontrado valor para contar sus historias personales en voz alta.

En estos procesos las curvas de tolerancia se mueven; tienden a estrecharse con el paso del tiempo reduciendo progresivamente los espacios de impunidad “natural”, “asumida como normal”, o desplazándolos a nuevos nichos de impunidad que luego habría que abordar también y desmontar. La magia estriba en que este proceso no crea nuevas prohibiciones. Simplemente activa o redefine algunas que ya existían, pero aceptamos pasar por alto; algunas entre aquellas cuya transgresión venimos aceptando con absoluta naturalidad.

La impunidad es solo un subproducto de nuestra enorme e inaceptable tendencia aprendida a tolerar infracciones con absoluta indiferencia.
¿Cuántas prohibiciones reconocidas como vigentes aceptamos transgredir sin exigir consecuencias prácticas? Deberíamos incorporar entre nuestros indicadores de desarrollo institucional una “tasa de tolerancia aprendida”, una TTA que exprese en un coeficiente la cantidad de abusos frente a los que simplemente somos incapaces de reaccionar. Un país debería poder ser reconocido como “institucionalmente sólido” si la TTA resulta baja. Y debería ser considerado “inelegible” para colectivos como el OCDE, si la tasa resulta alta.

No tomar las prohibiciones básicas de una sociedad en serio representa tanto como no abordar seriamente los derechos de las personas. Es lo mismo que no respetarnos. Y sin respeto compartido conformarse como comunidad se convierte en imposible.

Sin embargo, podemos mover las curvas de tolerancia por nuestra propia iniciativa. “Ni Una Menos” esta ahí, como están los equipos de fiscales anticorrupción y contra la trata de personas. Están también el periodismo de investigación, el movimiento de defensa de derechos humanos y la defensoría. Me gustaría enumerar más agencias de contención de impunidad, pero temo que no abundan. Sin embargo, las pocas agencias que tenemos nos han dado más de una muestra de las cosas que se pueden hacer para confirmar que no somos una comunidad totalmente fallida.

Necesitamos convertir la reducción de nuestra tasa de tolerancia aprendida (que por cierto habrá que medir) en una meta colectiva. Necesitamos ser conscientes de que suma en este proceso cada movimiento que reclame la vigencia de una prohibición, cada acción colectiva que reclame nuevas formas de protección efectiva a personas expuestas, cada demanda de nuevos espacios que hagan posible que la responsabilidad de los infractores sea reclamada y hecha efectiva ante todos, de manera visible.

No es este un momento en que podamos esperar que la construcción de la ciudadanía, condición básica para la conversión de un conjunto en un país, nos venga de algún lugar distinto a nuestros propios espacios de interacción e intercambio.

Se trata de convertir el respeto mutuo en fundamento de nuestra coexistencia.

Publicado en El Comercio, el 26 de agosto de 2019.

viernes, 5 de julio de 2019

Casación en el caso de Keiko Fujimori

En Canal N, el 10 de julio de 2019

En Ideele Radio, el 8 de julio de 2019

En RPP, el 5 de julio de 2019

En Canal N, el 5 de julio de 2019


miércoles, 26 de junio de 2019

miércoles, 29 de mayo de 2019

Caso Chávarry

Entrevista en Canal N, el 27 de noviembre de 2019

Entrevista en Canal N, el 22 de agosto de 2019

Entrevista en RPP, el 28 de mayo de 2019

Entrevista en No hay derecho, el 7 de junio de 2019

martes, 28 de mayo de 2019

Entrevista publicada en Peru 21, el 28 de mayo de 2019


"El Ejecutivo tiene un rol importante"


¿Qué opina de que Vizcarra sea el líder para dirigir estos cambios?
Importante su designación porque es una restitución al lenguaje original de la propuesta señalada por el presidente en su discurso de julio de 2018. Y tiene sentido porque estas reformas desarrollan políticas públicas y el Ejecutivo tiene un papel predominante en estas materias. Además, marca un punto de inflexión en una crisis planteada por el entrampamiento institucional del que no hemos salido, que se ha tragado la reforma política.

Habiendo otras entidades especializadas en justicia, como la Fiscalía y el Poder Judicial, ¿qué interpretación le podemos dar a que esta reforma esté a cargo del Ejecutivo?
Mantengamos la diferencia. Este es un espacio de discusión de políticas públicas y el eje principal es la definición de presupuestos operativos. Si bien el PJ y el MP tienen autonomías propias, el Ejecutivo tiene un rol muy importante que dar sobre estas políticas.

¿Se podría crear un conflicto como el que existe entre el Ejecutivo y el Legislativo?
No debería haber más choques. Se debería dar un salto hacia adelante. Esta es una segunda oportunidad para discutir políticas públicas necesarias en la justicia.

¿Qué temas deberían desarrollar en las reformas?
Se requiere otro tipo de debate en el que se considere la reestructuración de la Academia de la Magistratura, así como una academia autónoma e independiente para fiscales. Aumentar la vigilancia sobre jueces y fiscales también. Asimismo, se debe hacer una discusión seria sobre la forma de redefinir la relación entre la ciudadanía y la justicia. 

lunes, 22 de abril de 2019

El silencio del suicidio


LA MUERTE DEL EX PRESIDENTE ALAN GARCÍA

Los tribunales no siempre son los espacios apropiados para construir la memoria del pasado reciente. Para que ellos funcionen se requiere la presencia física de aquel o aquella persona a quien se acusa. Enorme limitación. Los tribunales no nos sirven cuando debemos cerrar de alguna manera la historia de alguien que decide suicidarse.

El que se quita la vida en medio de acusaciones, de pedidos de prisión, escapa a toda confrontación. Esto es innegable. 
El suicidio en casos que están marcados por el riesgo de un juicio, representa una fuga irreversible. Pero además, el que elige hacer esto impone el dolor de sus deudos como un muro, un obstáculo destinado a contener la rabia de quienes encontraban justo llevarle ante los tribunales. El suicidio condena a la familia del que escapa a convertirse en un objeto que impide discutir el sentido de la fuga en su exacta dimensión. Como si fueran un escaparate lanzado al piso en el tracto de la huida. Imposible discutir los fundamentos de un castigo que deviene en imposible con un hijo, una hija, un padre, una madre o una pareja que intentan organizar sus propios duelos.

Jamás debemos atacar a los que quedan en reemplazo de aquel que ha provocado su propia ausencia.

Y sin embargo aquel que decide suicidarse se impone un castigo. El peor castigo imaginable. Un castigo sin revisión posible; uno que nadie más habría podido imponerle. Uno que usualmente confirma que no se pedirá perdón por lo que pudiera haberse hecho. La propia muerte es la única vía de fuga que el sistema legal no es capaz de impedir ni sancionar.

Más allá de cualquier intento de mitificación, el suicidio de aquel que ha sido señalado como responsable de un crimen tiene un efecto práctico indiscutible. Quien opta por escapar de esta forma a una acusación renuncia a defenderse, renuncia a disputar la razón a quien le acusa, renuncia a arrepentirse y renuncia a toda forma de clemencia. Pero renuncia también a ser perdonado. El relativo silencio que impone aquel que de esta manera se fuga no confirma inocencia alguna. El que se quita la vida solo confirma con su decisión que, a final de cuentas, los cargos tuvieron consecuencias. Desproporcionadas por cierto, porque la muerte no mantiene ninguna proporción, pero llevadas a este absurdo por su propia decisión.

Dejarse asesinar es una cosa por completo distinta a suicidarse. Quitarse la vida en medio de un golpe de Estado o un combate, también. Dejarse encarcelar por años reivindicando el derecho irrenunciable a ser libre, incluso estando en prisión, es por supuesto algo enteramente distinto a un suicidio. Los suicidios en juicio no pueden ser asociados a martirologio alguno.

La semántica del suicidio en juicio, actualmente, está marcada inevitablemente por la escena organizada por el bosnio Slobodan Praljak en noviembre del 2017, en La Haya. A una proclama unilateral: “No soy un criminal de guerra”, siguió el veneno ante las cámaras. Después nada. Imposible réplica alguna ante quien entonces abandona la escena. La muerte autoprovocada en un juicio puede llegar a tener mucho de arrebato histriónico. Pero tiene más de negación y silencio impuesto a una comunidad entera que entonces, queda en claro, se desprecia.

El suicidio del acusado cierra toda alternativa a discutir equilibradamente la proclama que antes de quitarse la vida lanza quien sin saberlo se castiga.

¿Elimina las sospechas el que después de lanzar una proclama cancela toda opción de debate equilibrado? No lo creo, no en absoluto.

No pretendo lanzar comparaciones que puedan parecer ofensivas, pero antes de la escena ensamblada por Prajlak en La Haya había quedado registrado el suicidio del ex presidente Roh Moo-hyun en el 2009, en Corea del Sur. Moo-hyun alcanzó a pedir perdón. Aceptó que recibió el dinero que se denunció como un soborno. Pero nunca aceptó claramente ser responsable de un crimen. Cercado por la recepción de estos fondos y por los cargos presentados contra su hermano, también por soborno, se quitó la vida.

Antes de él solo aparece en los registros el suicidio de Emil Haussmann, agente de los escuadrones de la muerte del gobierno alemán, quien se quitó la vida en 1947, dos días después de ser acusado por crímenes de lesa humanidad. Además están los suicidios de Görig, Blaskowitz, Böhme y Hess, todos agentes del gobierno alemán de la segunda guerra, condenados por genocidio.

No encuentro ningún personaje semejante a Mandela o a Wu Gan escapando de esta manera.

El suicidio no aparece en el lenguaje de las personas que se sienten inocentes.

García, imponiéndose el mayor de los castigos, ha puesto punto final a esta historia. Hay aún mucho por descubrir. Pero se descubrirá discutiendo la responsabilidad de los otros. No la de García.

Ahora nos toca continuar.

Publicado en El Comercio, el 21 de abril de 2019