El equilibrio futuro
César Azabache Caracciolo
La desconfianza que provocan las
dos minorías en disputa debería haber llevado a los candidatos a ofrecer verdaderas
garantías de equilibrio y estabilidad para el manejo de la cuestión pública en
el futuro inmediato. Ya se ha dicho que las promesas verbales hechas por ambos
antes del debate satisfacen poco. Una verdadera disposición a gobernar en base
a acuerdos hacia el centro se habría expresado mejor en el anuncio anticipado
de gabinetes independientes que expresen la voluntad de cada candidato de limitar
su propia influencia en el sistema político.
Uno se preguntaría qué sentido tenía
esperar que un candidato que espera gobernar anuncie antes de ganar que nombraría
un gabinete independiente. Pues tenía todo el sentido del mundo si tomamos en
cuenta que el ganador de las elecciones sólo representará al tercio o menos del
electorado del país. En estas elecciones ninguna de las dos opciones en disputa
tiene verdaderamente la mayoría. Ninguna debería estar entonces en posición de
controlar al Congreso sin una agenda clara de acuerdos políticos constructivos
y sin una mediación institucional sólida
que asegure el desarrollo eficiente de una red de negociaciones complejas
basada en alianzas por sectores.
Sin embargo ninguna de las dos
candidaturas ha dado señales de necesitar un giro institucional hacia el
centro. Ambas han preferido presionar al centro, más que convocarlo, y han
logrado dividirlo todavía más de lo que ya estaba dividido en primera vuelta.
El ex Presidente Toledo anunció ya su respaldo al señor Humala. Los señores
Castañeda y Kuckynski anunciaron su respaldo a la señora Fujimori. Terminaron
de dividirse sin siquiera intentar imponer un compromiso que les permita
asegurar, como representantes del centro político, una mínima cuota de
influencia sobre el sistema resultante.
Las dos candidaturas han jugado a
polarizar al país en base a la reducción del otro a sus aspectos más negativos.
El centro ha caído en el juego y se ha dividido en base a una ingenua
identificación de lo menos aceptable como base para impulsar el voto en
dirección contraria. Válido para la decisión personal en las urnas, el llamado público
a votar contra el menos aceptable crea una mayoría aparente, que sin embargo es
capaz de ensoberbecer al ganador, permitiéndole olvidar su verdadera dimensión electoral.
Pero más grave que eso, el llamado público al voto contra el menos aceptable puede
terminar desarticulando al centro en formación, que ya ha perdido la primera
vuelta precisamente por su completa incapacidad para reconocerse como opción en
convergencia.
Las dos minorías han construido
sus plataformas previendo la nula capacidad de convergencia que el centro sería
capaz de desarrollar incluso después de la derrota de abril. Y esto es
extremadamente peligroso, porque perdida la opción de forzar a los candidatos a
ceder en el gabinete, la segunda alternativa pasa por consolidar al centro como
una bancada única que asegure un congreso “a tres bandas” ¿Podrán hacerlo
después de la división de opciones en que han caído en segunda vuelta? ¿O
pasaremos a un Congreso de “dos bandas imperfectas” con algunas personalidades
sueltas?
La tercera opción de estabilidad
institucional proviene de asegurar el resultado de las elecciones que deben
hacerse en el segundo semestre del año de dos nuevos miembros del Tribunal
Constitucional y del nuevo Defensor del Pueblo. Sin embargo el TC acaba de
cometer la impertinencia de llamar a audiencia en el caso Fujimori vs. Corte
Suprema para el primero de junio, en medio de una innecesaria y poco explicable
crisis interna. Sería esperable que el TC reconsidere esta decisión y se
asegure de mantener la prestancia de un organismo que está llamado a ocupar un
papel decisivo en la mediación institucional en el periodo siguiente.
Una agenda mínima de estabilidad
institucional requiere, sin duda, una suerte de veeduría ciudadana permanente con
suficiente espacio institucional para funcionar como articulador de las
relaciones entre ciudadanía y ejecutivo. Una especie de complemento intermedio
a las labores de nuestro parlamento unicameral, que de alguna manera al menos
simbólica llene el vacío que nos ha dejado la ausencia de un Senado, y articule
de manera eficiente las relaciones entre los poderes públicos y la Presidencia
del Consejo de Ministros ¿Asumirá el reto el Acuerdo Nacional?
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