En “Tomar el contrapoder” (LR 14/2/22) Jorge Bruce reclama que reaccionemos. Nos recuerda que no tenemos derecho a contemplar de manera pasiva la forma en que están destruyendo ante nuestros ojos lo poco que logramos avanzar en estos años en la construcción de instituciones.
Me declaro de acuerdo. La pasividad y la indiferencia no son opciones aceptables. Tampoco el silencio, el acomodo ni la aquiescencia cómplice.
De hecho, no es el primer ciclo de desesperanza que enfrentamos. En los 80 fueron los derechos humanos. Desde que comenzó la violencia desatada por el terrorismo, los derechos humanos fueron un espacio organizado sobre la construcción de pequeñas islas de resistencia. No lograron modificar el comportamiento de los gobiernos de la época. Pero lograron forjar una eticidad que ahora está presente en procesos como la defensa de los heridos y los deudos del 14 noviembre. Después del golpe del 92, conforme se desplegó la mafia de Montesinos, la lista de asuntos instalados en islas de resistencia fue incorporando otros temas, como la justicia, la democracia y la participación ciudadana.
Las islas de resistencia que se originaron entonces parecieron volverse innecesarias durante la transición inaugurada por Valentín Paniagua en el 2000. Esa transición ofreció a todos los institucionalismos un ambiente de apariencia primaveral que nos hizo creer que entrábamos a un ciclo de equilibrio mínimo sostenible. Digo apariencia porque ahora sabemos que debajo del proceso subsistían redes de corrupción que alteraron el sentido y el alcance del proceso. Agreguemos la indiferencia con que postergamos la solución de todos los conflictos sociales que nos hemos limitado a anotar diligentemente sin resolverlos. Sumemos el descuido con que dejamos que se expanda el clientelismo instalado detrás del circuito de distribución del canon.
Hay más que listar, por cierto. Pero quizá con esto podemos construir una descripción más honesta del ciclo que ha terminado.
En todo caso, lo que importa es eso, que el ciclo ha terminado. Ya no estamos ahí. Cito a Mauricio Zavaleta: “El consenso del 2000 se agotó y ya no alumbra” (EC, 7/6/21). El nuevo ciclo que comenzó el 16 nos viene dejando una formación política sorda a la agenda que conforman los derechos civiles, la igualdad de género, la institucionalidad y el desarrollo humano. El ciclo viene instalando, o mejor, imponiendo, una formación política vorazmente clientelista; una formación que organiza su subsistencia a partir del canje y la expansión de redes de influencia.
El clientelismo es profundamente erosivo en términos institucionales y económicos. Y aunque se refugie en narrativas de signo distinto, impregna de la misma manera el desempeño de ambos lados: el de aquellos que quieren quedarse en el gobierno sin saber cómo manejarlo y el de aquellos que quieren tomarlo sin construir alguna forma de legitimidad alterna.
Estamos nuevamente en un ciclo marcado por la desesperanza. Entonces construyamos nuevas islas de resistencia. Impregnemos todo lo que podamos impregnar de razonabilidad y también de respeto. Construyamos respuestas para asuntos prácticos, los que nos afectan día a día: salud, educación, empleo, alimentación, seguridad, justicia, igualdad, inclusión, protesta. Convirtamos todas estas construcciones en datos, en acciones, en asuntos de observación permanente. Abramos espacios de alerta y protección en la Defensoría del Pueblo, en la Fiscalía de la Nación, en las universidades, en los tribunales. No dejemos que dejen de escucharnos, incluso aunque no nos oigan, porque siempre habrá alguien más que encuentre que desde estas islas se puede volver a empezar.
Nosotros tenemos la palabra. Toca emplearla.
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