El azar ha hecho que hoy El Comercio (“Pilares en ruinas; editorial) y La República (“El último país del consenso de Washington”, de Humberto Campodónico) publiquen en simultáneo dos textos que enmarcan mejor que el debate electoral entero la forma que viene adquiriendo la discusión sobre la redefinición del rol del Estado en la economía
Como corresponde a la identidad de las fuentes que comento, el problema ha sido abordado en estas entregas desde dos puntos de vista distintos, que sin embargo se encuentran en la discrepancia.
El Comercio abre la discusión marcando tres puntos de referencia: el crecimiento constante del PBI y la ampliación del presupuestos del Estado en 400% en los últimos 20 años y la reducción de los registros oficiales de la pobreza en el periodo 2004 - 2019 (del 58.7% al 20.2%). El Comercio presenta estos indicadores como resultado de un complejo institucional basado en la disciplina fiscal, la libre iniciativa privada y la independencia del BCR. Y sobre esta base, El Comercio llama a revisar con cuidado si tiene sentido emprender “aventuras económicas que buscan debilitar todo aquello que ya nos ha funcionado”.
Humberto comienza proponiendo leer las cosas como resultado de un proceso en evolución. “El neoliberalismo de Reagan y Thatcher fracasó estrepitosamente -sostiene- con la gran recesión del 2008”. “Los países que ahora más crecen impulsan una economía mixta, como los países asiáticos, que lideran -ya están liderando, en muchas industrias- el mundo del siglo XXI”. Humberto sostiene que el enfoque sobre la economía que ha dominado estos últimos treinta años padece de cierta ceguera selectiva cuando “reconoce como propio solo aquello que habría sido creado por la mano invisible del mercado”, mientras atribuye a la “mano visible del Estado” el que no tengamos “buena educación ni salud ni infraestructura”.
El Comercio admite que más allá de la cuestión sobre los fundamentos (donde no podemos esperar que haya unanimidad) la cuestión sobre los servicios públicos esenciales, que se ha vuelto dramáticamente visible con la pandemia, requiere cambios en la definición del modelo al que atribuye el éxito representado en sus tres indicadores. En un matiz poco afortunado, “Pilares en ruinas” intenta presentar esos cambios como si solo requiriera “ajustes” que deben ser hechos “aquí y allá”. El desbalance entre la representación del éxito que el artículo asigna al modelo y la catrastrófica situación del acceso al oxigeno y la educación obligan a considerar el problema como una simple cuestión de “ajustes circunstanciales”. Tan vez lo que haya que ajustar es la importancia que se asigna a estos tópicos en la descripción de una economía que incluso desde el punto de vista de las libertades ciudadanas no puede ser definida ya sin asegurar los servicios esenciales que debe recibir la ciudadanía por el hecho de serlo.
Pero en el plano practico la cuestión está planteada ya. Yo querría superar el sin sabor innecesario que me deja esa frase sobre los “ajustes” “aquí y allá” y pensar más bien que desde ambas fuentes se abre un espacio en el que la convergencia sobre la prioridad del debate sobre servicios a la ciudadanía aparece y se remarca, y debe remarcarse más. Socialismo y liberalismo no coincidirán jamás en los acentos, en los diagnósticos ni en la narrativa del pasado. Pero pueden comenzar a conciliar en la manera de evitar que todas estas muertes que estamos registrando por la ausencia de un Estado, ese enorme ausente, no se registren más.
¿Podremos imaginar entonces mesas en que economistas liberales y socialistas comiencen a discutir cómo resolver los problemas urgentes, aunque para hacerlo deban aprender a aplazar sus diferencias fundamentales?
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