La crisis de representación que padecemos ha tenido una expresión más que evidente en la falta de enganche entre la ciudadanía y las candidaturas de esta inusual competencia electoral. La prioridad sigue siendo, es evidente, la pandemia, la salud, la educación, el empleo y la reactivación de la economía.
Junto a estos temas los planes de gobierno muestran una lista de asuntos cuyo tratamiento conceptual comienza a hacerse homogéneo entre nosotros. Corrupción, justicia, seguridad ciudadana, narcotráfico y terrorismo, además de infraestructura y actualización tecnológica son asuntos que reclaman acciones, sin duda, pero no suponen diferencias decisivas en el abordaje.
Los planes de gobierno mejor elaborados contienen recopilaciones más o menos completas de lo que debe hacerse en estas áreas: en una síntesis, fortalecer, en un marco definido por la transparencia, la capacidad de maniobra y alcance de las agencias a cargo de cada sector.
Pero para diferenciar la simple retórica del compromiso en serio deberíamos poder medir la confianza que podamos depositar en los equipos profesionales que cada candidato pretende llevar al gobierno. Y aquí encontramos uno de los déficits más importantes de esta campaña, porque no todas, más bien pocas candidaturas han mostrado a los equipos desde los que conformarían sus gabinetes.
Sin embargo es imposible no notar que, en paralelo, fuera del proceso electoral y sin completa conexión a él, se está asentando entre nosotros una agenda de asuntos comunes que ha sido impulsada con mucho esfuerzo desde muchos sectores y que ahora puede transformar el modo en que abordamos la política, entendida en sentido amplio.
Una lista de asuntos que además marca diferencias entre las opciones que tenemos al frente y entre la forma en que podemos relacionarnos con “lo público”, ese espacio que aún debemos construir desde nuestras diferencias.
Las discusiones sobre recursos naturales, minería, impuestos, suelos y medio ambiente, además de consulta, participación y protesta, usualmente levantadas desde las izquierdas, han comenzado a desbordar su adscripción de origen para comenzar a ser reconocidas como asuntos fundamentales también para quienes no estamos en las izquierdas.
Junto a estos temas se ha instalado ya una lista importante de cuestiones vinculadas a la expansión de los derechos civiles: protección a las mujeres, enfoque de género, interrupción del embarazo, matrimonio igualitario, muerte digna, diversidad LGTBI+ y autocultivo de cannabis medicinal son solo algunos de los más importantes asuntos que parecen haberse independizado de sus colectivos de origen para convertirse en temas comunes.
Encuentro que el proceso de formación de esta agenda se expresó en las protestas de noviembre, pero se expresa también en el caso de Ana Estrada y en los debates sobre la zonificación de Lurín y el almacenamiento de minerales en el puerto de Paracas, para citar los casos más visibles.
¿Es posible negar la capacidad de convocatoria que estos eventos lograron alcanzar en estos últimos meses? La tupida agenda de conflictos sociales por resolver, que sin duda marcará en mucho el proceso de gobierno a partir de julio, requiere tomas de postura organizadas desde estos ejes, y requiere observación y mediación ciudadana.
Creo entonces que las claves para abordar el futuro inmediato se encuentran en estesta suerte de agenda externa a la campaña, no en la campaña misma.
La suerte de agenda externa a la campaña, no en la campaña misma.
Creo que la clave del equilibrio institucional posible en el ciclo que comenzamos ahora está en la ciudadanía; en su capacidad para articularse sobre la base de asuntos que convocan su interés.
Tenemos esta lista de asuntos comunes, que puede ofrecernos pistas sobre las rutas que podemos seguir.
No la perdamos de vista.
Publicado en La República el 4 de abril de 2021
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