Fujimori ante la justicia
El juicio contra Fujimori ha permitido a la Corte Suprema mostrar
que el juicio penal puede ser un espacio de debate útil y legítimo para
establecer una respuesta institucional equilibrada a uno de los principales
problemas morales de la sociedad, que se refiere a las condiciones en que un
mandatario debe ser considerado responsable por los actos de sus subordinados.
Está demostrando además que la justicia no tiene por objeto castigar sin más a aquellos
que parte de la sociedad considera culpables de delitos. El objeto de la
justicia es hacer que las decisiones sobre una acusación sean comprensibles
para todos, y esto se logra cuando se debaten razones que todos podemos conocer
y comprender. La Surepma ha seguido una línea de comunicación institucional
clara, ordenada y comprensible para todos. Y esto hay que saludarlo. Por lo
demás el modo en que se están conduciendo las audiencias hace posible que todos
tengamos una idea más clara y mejor justificada sobre lo ocurrido en nuestra
historia reciente. Y eso sin duda, contribuye a establecer una manera de
ponernos de acuerdo en asuntos que normalmente nos dividen irremediablemente.
Por lo que toca a las estrategias en marcha hay varias sorpresas.
Fue útil para los objetivos de la Fiscalía haber puesto una especie de “zoom”
sobre el detalle de cada crimen descrito en la acusación. El
detalle expuesto por los testigos sobre las masacres de Barrios Altos y La
Cantuta es horrendo hasta tal punto, que el repaso de cada declaración sugiere que
el acusado no podrá mantener su defensa en la frágil línea de la ignorancia
sobre lo ocurrido. Lo horrendo expresado en cada crimen moviliza la indignación
de todos. El argumento de la ignorancia, puesto frente a la imagen de lo
horrendo, puede terminar multiplicando el rechazo que convoca el acusado en
muchos sectores de la población hasta hacerlo general o claramente mayoritario.
Para ponerlo en una frase, el argumento de la ignorancia se muestra inaceptable
frente a las imágenes que convoca cada una de las declaraciones que estamos
escuchando. Y esto inclina la balanza a favor de la acusación. Sin
duda, el efecto que produce esta parte del juicio no corresponde al texto original
de la acusación. La
acusación original presentaba a Fujimori como jefe efectivo de los
paramilitares, dando órdenes concretas de matar. Esta imagen no corresponde a
lo que vemos en las audiencias. En ellas aparece un Presidente que presta una tolerancia
inaceptable al uso del Grupo Colina como vehículo de eliminación
antisubversiva. En este asunto la indiferencia impasible es más que simple
negligencia. “Dejar hacer” que es terriblemente grave cuando quien “deja hacer”
se tiene la última palabra sobre el destino de las cosas y el poder suficiente
para evitarlas.
Dados los testimonios registrados, podría eventualmente
dudarse sobre el compromiso de Fujimori en el caso Barrios Alto (aparentemente
el primero de la lista), pero en evidente que después de Barrios Altos el
Presidente de la República tenía algo que hacer contra el Grupo Colina, y ese
algo era más que “esperar que la Fiscalía investigara”. En todo caso, la
felicitación concedida y el respaldo al ascenso de los principales miembros del
Grupo (aparentemente, lo único que efectivamente hizo el acusado en este
tiempo) representa bastante más que un descuido.
La fuerza moral del juicio se inclina entonces,
irremediablemente en contra de un acusado que se muestra impasible frente al
detalle de lo sucedido. Conducido a una suerte de callejón sin salida, Fujimori
se muestra efectivamente paralizado. El respaldo político de sus partidarios no
parece haber soportado la intensidad del juicio, y ha menguado. La contundencia
del discurso político original que esgrimían sus voceros no parece haber
encontrado adaptaciones a nuevas versiones que le permitan renovarse y mantenerse
en vigencia. La buena imagen profesional de su abogado, César Nakazaki, parece
ser el único refugio de legitimidad que queda al acusado. Pero el discurso
legal de la defensa no se ha hecho cargo, todavía, del problema de la pasividad
del ex mandatario frente a los crímenes cometidos. No se observa hasta ahora un
discurso hasta ahora que responda a la dimensión de lo evidente.
En este medio, el silencio del acusado no parece ser, más, una
respuesta convincente.
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