El silencio equivocado
Por César Azabache
Ha sido inevitable que la presentación de Montesinos en el juicio de
Fujimori convoque tanto interés. También ha sido inevitable que
Montesinos aproveche ese interés para, después de tiempo, recuperar
tribuna y relanzar una imagen que ya había perdido: La del todopoderoso
"hombre de inteligencia" que camina al medio de sus captores cuando es
detenido; decide (o pretende decidir) quiénes son responsables y quiénes
no; declara cuando quiere y sobre lo que quiere, y se burla
abiertamente de las autoridades que lo juzgan. El único dato realmente
curioso de la puesta en escena del ex asesor ha sido la indumentaria:
Esta vez Montesinos abandonó las extrañas camisas de seda roja, verde o
casi verde de las anteriores audiencias para volver al traje oscuro y el
pañuelo en el bolsillo de sus presentaciones públicas de finales de los
noventa, cuando se especulaba sobre su ingreso a la política.
¿Pretendía mostrarnos la imagen de una vigencia que ya no tiene?
¿Qué pasó en la audiencia? Montesinos tiene derecho a no declarar en
casos de este tipo porque enfrenta procesos por los mismos hechos. Pero
no tiene derecho a decidir cuándo declara y cuándo no, o qué preguntas
contesta y cuáles no, ni tiene derecho a decidir cuándo se acaba la
audiencia ni por qué razones. Sin embargo, lo hace, porque cualquier
sanción del tribunal o incluso un eventual procedimiento por resistencia
a la autoridad resultarían minúsculos frente a la cantidad de
acusaciones que pesan en su contra. Con base en la impunidad que le
concede el castigo ya impuesto, Montesinos ha puesto en escena un juego
perverso: Él asume el control de la audiencia y decide sobre todo lo que
puede decidir y se burla de todo aquel que caiga en su juego. La imagen
que resulta es la de un sistema débil que no puede contenerlo. ¿Era
necesario exponernos a eso?
¿Dijo Montesinos algo de importancia? Su línea de declaraciones sobre
las interceptaciones telefónicas ya había sido exhibida en una tribuna
menos llamativa que esta: La del juicio que se le siguió por ese caso.
No constituye entonces una novedad. Sí cabría preguntarse por qué el ex
asesor insiste tanto en recordarnos que intervino teléfonos durante toda
la década del noventa y que ya lo hacía cuando oficial del Ejército.
¿Estará tratando de recordarle a alguien que tiene en su poder las
cintas de esos audios? ¿Estará tratando de obtener de alguna manera el
apoyo de alguien? No hay manera de saberlo, de modo que lo peor que
podríamos hacer a estas alturas es obsesionarnos con las supuestas
cintas de Montesinos, como nos obsesionamos antes con los famosos videos
ocultos o pendientes de hallar. ¿Qué más hizo? Incriminó al fiscal
Guillén, que no estaba presente en la audiencia, con cargos menores que
sin duda serán debatidos dentro del Ministerio Público. ¿Nos pondremos a
discutir acaso si el fiscal Guillén debe ser apartado del proceso por
esos cargos? No creo que seamos tan fáciles de manipular. ¿Qué más hubo?
Nada en absoluto, fuera de la confirmación de que la extensión del
juicio y el enorme rodeo que se da en cada interrogatorio están
comenzando a dejar exhausto al sistema.
Nuevamente, le dimos la palabra a la persona equivocada; le dejamos
hacer lo que le vino en gana y ni siquiera pudimos decidir cuándo se
callaba. ¿No es esto más o menos lo mismo que pasó con Martin Rivas?
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