El teorema de Thomas
César Azabache Caracciolo
En un comentario muy oportuno (El
Comercio, 31/10/08 “Lo que vemos, es”),
Fernando Vivas resume de qué manera las grabaciones de imágenes y audio se han
convertido en un factor que nos permite establecer (o creer que establecemos)
la verdad de las cosas. El impacto que produce en nuestra percepción la imagen
o el sonido registrados ofrece un refugio que permite depositar nuestra
confianza en algo que se muestra sólido, indiscutible y persuasivo, incluso a
pesar de su mínima entidad moral o de su origen ilegal. Quizá por eso la enorme
atención que convocaron los vladivideos. Quizá por eso el éxito de los
paparazzi locales. Y es que “una foto [cito el lema de una campaña
publicitaria] vale más que mil palabras”, ¿verdad?
Por
mi parte confieso albergar dudas sobre la utilidad institucional que estamos
concediendo a este tipo de productos. La primera fuente de estas dudas proviene
de la ahora evidente relación entre los productos que están circulando y ciertas
mafias por descubrir que parecen tener el descaro de manipular crisis institucionales
como la actual para desarrollar campañas de publicidad perversa a favor de sus
propios servicios y vender en el mercado tanto grabaciones relevantes para casos
de corrupción como basura capaz de producir escándalos sólo por el modo y
oportunidad en que es difundida ¿O es que acaso cada vez que aparece un nuevo
audio no se está sugiriendo, veladamente, que grabar a los demás es útil para
dañarlos?
La segunda
fuente de estas dudas proviene de la enorme dependencia que genera este tipo
de productos. Si algún problema enfrenta la fiscalía en el caso Fujimori, es la
falta de una grabación que lo muestre dando la orden que la fiscalía sostiene
que dio en los casos Barrios Altos y La Cantuta. Buena parte de la comunidad
tiende a creer que sólo está probado aquello que consta en una grabación. Y cree
por tanto que si no hay una grabación o algo tan persuasivo como una grabación,
ningún caso puede probarse. No es difícil observar hasta qué punto este efecto nos
pone un corsé que presiona demasiado al sistema institucional.
Pero
tengo una tercera fuente de dudas. Y es que no todas las grabaciones tienen el
mismo contenido, y sin embargo, en determinadas condiciones, todas las grabaciones
son capaces de causar el mismo impacto. Todavía ha pasado poco tiempo, en
términos de memoria colectiva, entre el hallazgo de los vladivideos y el
presente. De alguna manera, grabaciones como las de León Alegría evocan las
sensaciones explosivas, mezcla de rabia por los hechos, júbilo por el descubrimiento y pánico en los afectados, que
todos sentimos a finales de la década pasada. Tal vez eso explique la
desproporción entre el tamaño del crimen descubierto en el caso León Alegría (grave
sin dudas, pero no terminal, institucionalmente hablando) y la reacción del
sistema político (terminal, sin duda, si ha caído un gabinete). Hay un evidente
desfase entre lo que se ha visto y lo que se ha hecho. Y ese desfase se puede explicar
parafraseando el título del oportuno artículo de Vivas: “En realidad, lo que se
ve no ‘es’. Sólo ‘es’ lo que decimos que hemos visto”. Y “lo que decimos que
hemos visto”, a veces no resulta de nuestros propios sentidos, sino de lo que
alguien nos sugiere al dirigir nuestra mirada.
La observación
de un producto tan demoledor como una grabación tiene un evidente efecto
evocativo que distorsiona la percepción y abre espacio para la manipulación más
artera. Un informante aprovechado puede convencer al más capaz y bien
intencionado operador del sistema de la gravedad de una comunicación inocua sin
siquiera editar la grabación, sólo manipulando los significados y el contexto
de la grabación que pretende hacer difundir. Al final del día, tenemos
demasiada rabia y frustración acumulada para reparar en detalles. Necesitamos
lanzar, proyectar, transferir toda nuestra desconfianza hacia algún hecho que
la justifique, o más o menos la justifique, o parezca justificarla. De ahí la
necesidad de tener extremo cuidado al manejar este tipo de productos.
Y es que, lo dijo William
I. Thomas en 1928, “cuando los hombres definen las situaciones como reales, son
reales en sus consecuencias”.
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