Una posible colección de desatinos
César Azabache Caracciolo
Indigna que León Alegría haya
pasado de un penal a arresto domiciliario. En nuestro imaginario colectivo el
arresto domiciliario representa una suerte de privilegio asociado a la
incapacidad del sistema para llevar un caso a juicio de manera oportuna. Por
eso la orden ejecutada deja cierta sensación de derrota colectiva.
Creo que ha sido un despropósito
poner en su casa a alguien que se fugó cuando quiso, expuso a sus hijos
innecesariamente, y permaneció escondido todo el tiempo que se le antojó. Se le
ha puesto en casa además sin que se sepa siquiera si habrá o no bases sólidas
para llevarle a juicio, porque el computador que se le incautó, la única
esperanza de darle a este caso el nivel que no parece tener, aún no ha sido
revisado. Entonces habría sido mejor esperar a ver qué se encontraba en el
computador por analizar, decidir de una vez por todas si el caso se archiva o
pasa a juicio y no crear este tipo de crisis innecesarias.
Pero tampoco es imposible que los
Vocales que pusieron a León Alegria en su casa (contra nuestras intuiciones
sobre lo justo y lo oportuno) hayan procedido mirando otra parte del caso. Y es
que allí donde decimos que el caso no estaba listo, decimos también que llegó a
tribunales con un apresuramiento que suena a desatino. Y es que también hay que
decir que media una enorme desproporción entre lo que el caso León Alegría
representa (no olvidemos que costó un gabinete) y lo que parece contener en
realidad. El caso se construyó sobre unas cintas de audio de origen dudoso que
fueron difundidas precipitadamente, cuando sólo se había comprobado conversaciones
vergonzosas en las que dos personajes se ufanan de influencias que aún no
sabemos si fueron reales. El contenido de las cintas es inaceptable, y
probablemente delictivo. Pero nadie esperó a confirmar si las conversaciones
entre ambos eran en verdad el hilo de una madeja más grande o simplemente era
la celebración de dos vendedores de humo o falsas influencias.
Nos apresuramos a provocar la
caída de un gabinete por esos audios y nos apresuramos a comenzar un proceso
para el que, ahora es evidente, nadie estaba listo. Y ahora parecemos obligados
a darle al caso León Alegría una talla y una atención pública que quizá le
quede grande.
León Alegría ya está detenido en
casa. Pretender ahora procesar a los miembros del tribunal que lo sacó de la
cárcel no parece útil, sobre todo si no está ni siquiera claro si ellos han
cortado un caso serio en marcha o han actuado en contra de un mero bosquejo construido
sin bases sólidas. Esta historia está, sin duda, repleta de desatinos. Pero por
eso mismo, parece absurdo multiplicar los apresuramientos. Por el bien del
sistema, es necesario terminar esta historia con seriedad. Y el único camino
posible parece ser analizar de una buena vez (¿qué tan difícil puede ser) el
contenido del computador. Sólo el contenido de ese computador va a permitirnos
saber si el asunto merece un juicio o si nuestro apresuramiento colectivo ha creado
una enorme colección de desaciertos que no conduce a ningún lugar.
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